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Por Jon Apaolaza

No hay dinero. No lo tiene el Ministerio de Cultura, o sea el Estado, no lo tienen las comunidades autónomas y menos los Ayuntamientos. Esta semana se ha cancelado la Mostra de Valencia, que debía celebrarse en abril del año próximo, oficialmente "suspendida" hasta que mejoren los tiempos. Se trata del primer certamen español importante que desaparece, mientras otros -la gran mayoría- han reducido presupuestos y asumen que los recortes pueden ser mayores.

El primer aviso, antes de la eliminación (esperemos que provisional) de la Mostra, se dio en Pamplona, donde el festival de documentales Punto de Vista, uno de los más prestigiosos de Europa, se vio amenazado, y al final será bienal en lugar de anual.

Pero ya antes Málaga, Valladolid, Huelva o Sevilla veían reducidos sus presupuestos, o en el mejor de los casos los han tenido que congelar. San Sebastián parece que este año pudo salvar los muebles gracias a un contrato con una empresa privada, pero veremos lo que dura...

A diferencia de América del Norte y Sur, los certámenes europeos dependen en un muy alto tanto por ciento de los presupuestos públicos, y por esta crisis de tunel sin fondo ni luz, las arcas institucionales han quedado vacías.  No es precisamente el mejor momento para cambiar de sistema de financiación y recurrir a las empresas privadas, porque esas tampoco nadan en la abundancia como para invertir en imagen.

Aunque haya quien opine, como un ex director precisamente de la Mostra valenciana, Lluis Fernández, que "no son tiempos de festivales porque el cine ha cambiado, no tiene la presencia que tenía antes y hay otras formas de verlo, por ejemplo, a través de internet", la desaparición de eventos culturales no es una buena noticia.

¿Caerá algún otro festival con mayor tradición que una Mostra recientemente "reiniciada" con nueva especialidad, el cine de aventura y acción? No es algo en absoluto descartable. Festivales en España hay muchos, pero son en su gran mayoría pequeños y locales, con escasa trascendencia. Los importantes tienen un carácter emblemático para sus ciudades y regiones. Más fácil será que no se hagan muestras y festivalitos de cortos que se cancelen Sitges o la Seminci. Espero y deseo que todos sigan, pero si me preguntan cuáles creo que lo tienen menos claro yo apostaría por dos relativamente jóvenes, Sevilla y Málaga, que cumplen una función evidente pero dependen de ayuntamientos muy endeudados.

Es difícil entender que se hagan festivales de cine en un país donde ya han empezado a cerrarse quirófanos y a dejar a niños sin profesores, pero también donde se subvenciona a las multinacionales de Hollywood para que doblen sus películas al catalán, como si los catalanoparlantes no entendieran el castellano, se permite que altos funcionarios autonómicos cobren varias veces más que el presidente de toda la nación o que los consejeros de una caja de ahorros en las últimas tengan prejubilaciones millonarias.

Todo es cuestión de prioridades. Uno, desde el amor al cine, debe admitir que es más importante que te operen la hernia sin que te cueste que tener la posibilidad de ver una película de Burkina Faso que sólo puedes alcanzar en un festival de cine. Roguemos a los dioses que el mensaje de esperanza e ilusión de las viejas películas de Lubitsch, Capra, Hawk o Wilder no nos abandone y podamos seguir creyendo en un futuro mejor... y sin recortes ni despidos.

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