Competencia Argentina en BAFICI: El amor por la narración

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'El rostro'
Por Martín Iparraguirre

El cine argentino viene siendo el gran protagonista del 16 Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), cuya competencia nacional no deja de crecer en calidad y diversidad a medida que se suceden los tórridos días porteños, justo lo contrario de lo que ocurre en una Competencia Internacional que, por el pobre nivel general que ostentan sus películas, apunta para terminar entre las peores de su historia.

La comparación es sin duda auspiciosa para el cine argentino, por más que la curaduría de las películas extranjeras tenga una evidente responsabilidad (y acaso delate los problemas para traer obras importantes con un presupuesto congelado), y aún sea aventurado hablar de obras maestras: basta repasar películas como "El escarabajo de oro", de Alejo Moguillansky, "Carta a mi padre", de Edgardo Cozarinsky, "El rostro", de Gustavo Fontán, "Réimon", de Rodrigo Moreno, o "Si je suis perdu, c'est pas grave", de Santiago Loza, para certificar la diversidad, vitalidad y riesgo que ostenta la producción nacional (por no citar esta vez al cine cordobés, que sigue siendo la gran sorpresa de la sección, y volvió a pisar fuerte con el estreno de "Ciencias Naturales", de Matías Lucchesi).

Un panorama que ha mostrado una singular presencia de la autoconciencia fílmica y el goce por la experiencia artística con las películas de Moguillansky y Loza, además de la ya reseñada "Tres D", de Rosendo Ruiz. Con formas, niveles y búsquedas muy diferentes, todos exponen un amor inusual por el acto de filmar, una alegría compartida por la experiencia narrativa: la metalingüística no funciona aquí como un guiño snob o una tesis academicista, sino como una forma lúdica de apropiarse de los procedimientos y explorar otras formas del relato, desde la más íntima cotidianeidad.

Como la recordada "Historias Extraordinarias", de Mariano Llinás, en "El escarabajo de oro" Moguillansky expone una elaborada mezcla de fantasía, historia y realidad: sus protagonistas son ellos mismos, embarcados en una extravagante aventura que se referencia en el texto homónimo de Poe y en "La isla del tesoro", de Robert Louis Stevenson, "relatada desde el punto de vista de los piratas", según adelantan en la introducción, que será orquestada como en aquella por una voz en off guía del relato. Ocurre que Moguillansky ha recibido de Suecia el encargo de filmar una película sobre una mítica escritora feminista (en una de las tantas referencias irónicas al cine nacional, un vector de la trama cómica del relato), pero al mismo tiempo el actor Rafael Spregelburd llega con un hallazgo insólito: un tesoro del siglo XVIII escondido en la selva misionera, cerca de Leandro N. Alem.

Hacia allá partirá entonces toda la troupe con la intensión de utilizar el rodaje como una pantalla para buscar el tesoro, aunque Moguillansky tendrá que articular una complicada farsa para engañar a los fondos suecos: sin ningún miedo al ridículo, la trama intercalará diversas capas de fantasía sobre la realidad para mezclar la filmación de la filmación con la aventura, la literatura y la historia política de nuestro país (ya que hay toda una subtrama sobre el pasado del radicalismo y el legado de Alem). El resultado es un film gozoso y expansivo, que apuesta a abrir las posibilidades del cine desde su interior, entendiéndolo como un arte popular capaz de reinventarse desde la más crasa cotidianeidad –al modo por ejemplo del portugués Miguel Gomes– por más que cierta misantropía de los propios directores contradiga en algunos pocos momentos la propuesta.

Más experimental, aunque no menos autoconciente, es "Si estoy perdido, no es grave", la nueva película del cordobés Loza, uno de los directores preferidos del Bafici: filmada en una ciudad francesa indeterminada, la película expondrá el resultado de un workshop sobre actuación dictado por el propio realizador. También una voz en off ordenará el relato, que intercala diferentes pruebas de cámaras de los actores filmados en planos fijos (en blanco y negro) y las consiguientes ficciones que luego protagonizan (en color), la mayoría inscriptas en el espacio público. Claro que, más que sobre los mecanismos del cine, lo que a Loza le interesa explorar aquí es la actuación y sus procedimientos, o quizás cómo el intérprete pone en juego su cuerpo e identidad en su labor performativa, tocando entonces diversos temas como el paso del tiempo, el espacio de la intimidad y la relación con otros.

Sobre el tiempo y la historia es precisamente "Carta a mi padre", del gran Edgardo Cozarinsky, que rastrea su propia biografía para reconstruir el pasado paterno en Entre Ríos: lo maravilloso del film es la capacidad del director para unir la intimidad con la historia, el itinerario vital de su padre y su familia descendiente de inmigrantes judíos con los contextos que le dieron sentido y explicación. Con lo que indirectamente "Carta a mi padre" se termina convirtiendo en una película sobre Argentina, sus avatares políticos y la experiencia de los colonos que constituyeron su identidad múltiple y mestiza.

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