Primeras impresiones del BAFICI 2015

por © NOTICINE.com
''La mujer de los perros''
Por Martín Iparraguirre

Un universo pleno de posibilidades se desarrolla silenciosamente en la siempre ajetreada cotidianeidad porteña -que comienza a estar dominada por la campaña electoral que lleva a las Paso del próximo domingo, con el amarillo del Pro como fondo dominante en la ciudad-, gracias a la 17 edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), que con sus más de 400 películas puede ofrecer experiencias de todo tipo para el espectador inquieto.

Entre la delirante historia real de un argentino que en los años ´80 se convirtió por convicción en un agente secreto del gobierno cubano desde su trabajo en un gigante electrónico estadounidense -para donarle al régimen socialista los más preciados avances tecnológicos de los inicios de la era del microchip (aunque iniciando un raid que lo llevaría a convertirse sucesivamente en agente de la CIA, China e Irán)- en "El crazy Che" , hasta las últimas manifestasiones de la descomposición social de la juventud norteamericana en films como "Queen of Earth", de Alex Ross Perry, o "Stinking Heaven", de Nathan Silver, o un documental sobre un hombre que convivió con un tigre de bengala y un cocodrilo en un pequeño departamento de Harlem ("Ming of Harlem:  twenty one storeys in the air"), y la más reciente joya de un humanista incurable como Hong Sangsoo ("Hill of freedom"), entre muchas otras películas, el encuentro porteño consigue sintetizar la siempre mentada magia del séptimo arte, que poco tiene que ver con los efectos especiales que cada jueves copan las salas y mucho con la condición de ser una ventana a la otredad, a las millones de realidades y experiencias que conviven en este mundo que transitamos.

Si bien la calidad es muy diversa y la satisfacción de las exigencias cinéfilas un verdadero azar (pues la última obra de un maestro como Manuel de Oliveira puede convivir con un film que sintetiza la abyección en el ágora moderna como "Sleepless in New York", documental sobre el desamor que literalmente sigue el derrotero íntimo de diversas personas que acaban de ser abandonadas por sus parejas), el BAFICI sigue ofreciendo la posibilidad de encontrar la gran sorpresa en cualquier función que se elija, de revelar al próximo autor que desvelará al mundo en cualquier película deconocida, aun cuando pocas veces lo consiga.

La presencia central y multitudinaria del cine argentino estimula esa fantasía cinéfila: ¿Qué se está filmando en nuestro país? ¿Dónde están aquellas promesas escondidas? El BAFICI ofrece el mejor panorama posible para responder estas inquietudes, aunque hasta ahora ha habido pocos batacazos para el cine local. Una película que se destacó por su rigurosidad al abordar un tema tan sensible como la marginalidad social fue "La mujer de los perros", de Laura Citarella y Verónica Llinás, que sigue los días de una linyera de mediana edad que vive en algún paraje del conurbano bonaerense, rodeada de perros en una muy precaria choza armada en el medio del campo. Estrenado el sábado en la Competencia Internacional, el film pone en escena una suerte de encarnación de género de la vida salvaje en un entorno natural, con este personaje magnético (interpretado de forma notable por la propia Llinás) que sobrevive al márgen de la civilización, cazando pequeños animales con una hondera o recolectando sobras en el mercado con la única compañía de sus perros, prácticamente sin comunicarse con otros seres humanos. Filmada a una distancia justa que le permite evitar los riesgos de la conmiseración, el miserabilismo o el pintorrequismo, el film consigue empero entablar una intimidad inusitada con su personaje a pesar de que la rigurosidad del acercamiento le imponga un silencio absoluto -no hablará en toda la película-, una distancia que construye una indeterminación respecto a causas y conflictos psicológicos que abre un fértil espacio para la libre interpretación del espectador, que desde allí puede repensar los  paradigmas que guían las dicotomías entre civilización y barbarie que tanto siguen rigiendo la discusión política del presente argentino.

Un poco menos lograda resulta ciertamente "El incendio", de Juan Schnitman, la otra película argentina que participa de la Competencia Internacional, estrenada ayer: nueva versión de un subgénero que parece haberse desarrollado en los últimos años en el cine nacional -las historias de crisis de pareja jóvenes-, el film narra un día en la vida de Lucía (Pilar Gamboa) y Marcelo (Juan Barbieri), aunque no cualquier día. Se trata de la víspera de la compra común de un departamento en el que planean iniciar una nueva etapa, aunque los años han puesto a la relación en un momento de quiebre, un estado de tensión larvado que se adivina ya desde las primeras escenas, donde tienen que trasladar una gran suma de dinero. Los nervios, las dudas y los resentimientos escondidos comenzarán a aflorar paulatinamente hasta que la violencia soterrada termine por explotar, acaso como reflejo del estado de crispación general que se vive en el espacio público, donde ambos deben enfrentar la prepotencia del poder y el maltrato de los otros. La rigurisidad de la puesta en escena, que construye paulatinamente un clima de thriller desde el inicio, se comenzará a perder así a medida que la película ingrese en un terreno dramático similar al de "Relatos salvajes", un universo donde la misantropía se impone a la más mínima humanidad, aunque el director consiga detenerse a tiempo.

Radicalmente humana, fresca e idealista resulta "Todo el tiempo del mundo", la primera de las películas cordobesas estrenadas en el festival, dentro de la Competencia Argentina, el sábado a sala llena: si el primitivimo se impone en algunos elementos de la narración -como la construcción de ciertas escenas, aunque se debe destacar el gran nivel en los rubros técnicos, sobre todo la fotografía de Pablo González Galetto-, su notable autenticidad la eleva por sobre otras propuestas, colocádola como un digno exponente del mundo que busca atrapar en sus imágenes. Un mundo que no es otro que el de sus realizadores: dirigida por Rosendo Ruiz ("De Caravana", "Tres D"), la película es en realidad resultado de un taller de realización desarrollado en el colegio Dante Alighieri, donde los alumnos, docentes y no docentes se hicieron cargo de todos los rubros, desde la actuación al guión o la producción ejecutiva, a la par del realizador. El resultado es un film colectivo que expone con transparencia sin igual el universo simbólico de los jóvenes adolescentes que lo protagonizan: un trío de chicos que se escapa a las sierras en busca de una mítica comunidad autosustentada, con el Mundial de fútbol 2015 como telón de fondo. Las tensiones sexuales, la segregación del diferente y la búsqueda de la propia identidad -así como también las nuevas posibilidades que existen en la sociedad actual-, son sus temas centrales, aunque en lo escencial la película consigue captar la experiencia de vida de la adolescencia, un tiempo donde el tiempo se vive de otra manera, en un eterno presente que permite una práctica singular del compañerismo y la amistad que nunca volverá a repetirse. Una dimensión que sin dudas se traslada a las imágenes de la película, que destilan un encanto capaz de salvar aquellas imperfecciones que pueden encontrarse en una puesta ya bastante lograda si se tienen en cuenta sus condiciones de producción.

Sin la presencia de nombres rutilantes, la competencia pudo ofrecer empero confirmaciones rotundas de nuevos autores como el israelí  Navad Lapid con "The kindergarten teacher", el francés Jean-Gabriel Périot con "Una juventud alemana" o el argentino Julián d´Angiolillo con "Cuerpo de letra", así como también descubrimientos estimulantes como el indio Chaitanya Tamahane con "Court" o el suizo Nicolás Steiner con "Above and below".

Se trata en todos los casos de films notables, que por sus cualidades podrían ganar el premio mayor de cualquier festival del mundo, lo que ya de por sí vuelve a posicionar al BAFICI en el primer plano del circuito internacional, espacio que en 2014 parecía estar resignando silenciosa pero irremediablmente. Es hora entonces de volver a celebrar el cine, ese arte que puede tanto reforzar como desbaratar todas las certezas de quienes se enfrentan a él.

Especie de thriller psicológico construído en torno a las (im)posibilidades del arte en el mundo moderno, el film de Lapid impide precisamente hacer una apropiación epidérmica de sus imágenes: quien se interne en su universo deberá trabajar con verdadero espíritu cartesiano para poder encontrar un punto de apoyo que le permita juzgarlo en su totalidad. Es que la disposición de los elementos del drama que realiza Lapid es, como la puesta en escena que lo sustenta, de una sofisticación infrecuente, capaz de desplegar una lectura inclemente del mundo sin ofrecer salidas tranquilizadoras pese a la precisión de su diagnóstico. La protagonista que articula la narración es una maestra jardinera que ronda los 50 años, cuyo matrimonio naufraga en el mar de la rutina, aunque encuentra sosiego en su afán por la poesía: madre modelo, se obsesionará progresivamente con un alumno de unos 5 años que puede crear poemas geniales, aunque nadie parece valorarlo excepto ella.

La paradoja es que su mirada no está excenta de cierta claridad, pues efectivamente, ¿cuál es el estatus del arte en el mundo actual? ¿No resulta acaso relegada al espacio de mero artículo de consumo en el mejor de los casos? Diametralmente opuesto parece ser el mundo que retrata el fracés Jean-Gabriel Périot, que en base a una notable investigación logra reconstruir  la experiencia política del grupo "Baader-Meinhof", una fracción del Ejército Rojo (RAF), que en la Alemania de la post-Segunda Guerra ensayó una lucha revolucionaria en base a atentados terroristas que dejaron al menos 34 muertos. Gracias a una recolección de archivos apabullante -que explican los nueve años que le llevó terminar el film, estrenado mundialmente aquí en el BAFICI-, el director va narrando la progresiva radicalización del grupo en base a la reconstrucción de la historia de una de sus líderes, la célebre periodista Ulrike Meinhof, aunque sin enjuiciarlos ni idealizarlos: al contrario, se diría que Périot utiliza sus intervenciones públicas para recrear un universo de ideas que pese a la inconmesurable distancia que lo separa del mundo actual, aún sigue interpelándonos, cuestionando la mansa docilidad con que aceptamos la imposición del capitalismo salvaje en todos los órdenes de la vida, sobre todo en un país como el nuestro donde la lucha armada de las organizaciones de izquierda sigue siendo un tema tabú que resulta difícil de abordar con honestidad.

Pero si el uso de la violencia en pos de un cambio del statu quo es el dilema central de la filosofía política, la necesidad de la rebelión frente a un Estado autoritario difícilmente podría encontrar mejor expresión que "Court", notable debut de Chaitanya Tamahane que hace una cuidadísima reconstrucción de la India actual a partir de la historia de Narayan Kamble, poeta, músico y activista político de 65 años que sufre una persecusión sistemática por parte del poder institucional a través de los tentáculos de la Justicia.  Con una puesta observacional, el director sigue la odisea judicial que vivirá Kamble a partir de su detención por un cargo absurdo: haber incitado al suicidio de un obrero con una canción interpretada en un show músical que ofreció en el pueblo del trabajador. Gracias a un seguimiento cercano de todos los involucrados en el proceso, Tamahane logra construir un fresco preciso de una sociedad donde el atraso de su sistema institucional permite desplegar una persecusión inclemente de las voces disidentes por parte del Estado -que canaliza su violenta represión a través de una Justicia regida por la arbitrariedad de sus agentes-, así como también testimonia la conmovedora obstinación del protagonista, un hombre que aún después de pasar meses en la cárcel por un proceso insólito, no cejará en su voluntad de alzar su voz para denunciar las  inequidades de la sociedad que lo rodea y llamar a sus pares a la acción.

Cualquiera de estos tres films merecería ganar la Competencia Internacional, pues su nivel es ostensiblemente mayor al resto, aunque habrá que esperar la decisión del jurado que cuenta con los reconocidos críticos Fernando Martín Peña y Jorge Ayala Blanco entre sus miembros.

Claro que los dilemas esenciales de la política también nos atraviesan a nosotros -a pesar de la distancia con que solemos pensarnos respecto a aquellos otros tiempos u otras sociedades-, como lo muestra con elocuencia el corto cordobés "La hora del lobo", de Natalia Ferreyra, estrenado el lunes en el BAFICI. Contracara involuntaria de "Una juventud alemana", el film aborda las violentas jornadas del 3 y 4 de diciembre de 2013 en Córdoba, donde la huelga policial sumada a la ausencia del poder institucional desató un verdadero caos en la ciudad, que aún permanece fresco entre nosotros a pesar del lanzamiento presidencial de José Manuel De la Sota. Ferreyra no intenta emitir un juicio sobre los episodios ni cargar tintas en las responsabilidades institucionales, sino que se concentra en un acontecimiento central que se diría condensa las encrucijadas políticas del hecho: la represión practicada por los estudiantes de Nueva Córdoba contra los supuestos maleantes que saqueaban la ciudad.

También el lunes se estrenó el otro film cordobés en la Competencia Argentina, "Miramar", atendible debut de Fernando Sarquís como director, acaso nuevo ejemplo de un subgénero que se viene sosteniendo en el tiempo en el cine joven local, el de historias de chicos de pueblos que se encuentran atrevesando una instancia central en su crecimiento personal. Si en "Atlántida" (Inés Barrionuevo), esa instancia era la definición de la identidad sexual de la protagonista, aquí se cuenta más bien el proceso de maduración que implica irse del hogar paterno para estudiar en la capital. Quien atraviesa ese proceso es Sofi (Florencia Decall, en otro papel que ratifica sus condiciones), joven que regenta junto a su madre un hotel familiar en la localidad del título, mientras su padre se encuentra internado por una parálisis. La monotonía del lugar es apenas sacudida por la presencia de un visitante que despertará un interés amoroso en Sofi, quien no sabe cómo enfrentar el malestar materno ante la noticia de su partida a la universidad. Con un desarrollo minimalista de los conflictos y una puesta ambiciosa desde lo formal -que vuelve a ostentar un acabado profesional pese a la escasez de recursos con que cuenta-, Sarquís va desplegando con parsimonia los signos de esa angustia que resulta expresión indirecta de una situación mayor que la trasciende, acaso la condición de vida en los pueblos del interior cordobés, donde partir hacia lo desconocido resulta una decisión central en los procesos de maduración de jóvenes y grandes. Sarquís no pretende narrar más que eso, y está bien para un debut sostenido a pulmón, que presenta otro director a tener en cuenta en el fértil suelo cordobés.

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