Crítica: "Balada triste de trompeta", un álbum de familia malograda

Carolina Bang, en 'Balada triste de trompeta'
Carolina Bang, en 'Balada triste de trompeta'


Por María José Sánchez Lerchundi

Alex de la Iglesia, bien lo ha demostrado, es dueño, en primer lugar, de una amplia cultura, de una preparación técnica poco habitual y sobre todo de una cabeza brillante que a la hora de la verdad estalla y desemboca finalmente en ese poderoso y pulverizado mundo personal que tanto le singulariza. Y que explica, para más señas, la mejor (¿la única?) característica que define a un creador “de los de verdad”. Ahora no hace más que confirmar esa trayectoria llena, cómo no, de excesos, hallazgos... y desde luego magia.

Sea cual sea la atmósfera en la que de la Iglesia se zambulla, -aquí, primero en los funestos tiempos de la Guerra Civil y luego en un destartalado circo de la España tardofranquista donde dos payasos se enfrentan por una bella volatinera-, dota al entorno de una pátina exclusiva, de una fuerza especial donde las miserias llegan a ser tan fotogénicas como las bellezas. Y con ese aire nostálgico, de sonido evocador, encallado en una época a la vez cutre y algo encantada aunque nunca encantadora, “Balada triste de trompeta” encierra –con su toque felliniano incluído- una comedia negra, negrísima; la mejor metáfora de la vida; o al menos de la vida que el director tiene en la cabeza: malos, buenos, inteligentes o idiotas... todos se ensamblan en una misma melodía, una amalgama, necesariamente absurda y gratuita.

Todo vale para subrayar con fino pincel y hasta con brocha gorda la realidad de antes, de ahora o (vaya usted a saber) de nunca. Pero vale, por encima de todo, la plástica de la película, la impecable puesta en escena y la captura de secuencias fascinantes, únicas, como la presentación, descenso y flechazo letal que provoca la trapecista.

Alex de la Iglesia ejerce aquí también de guionista y surge de su diversa (que no dispersa) mente una historia tan dislocada como increíble, tan violenta y perturbadora como mágica. Se nota que ha disfrutado cada momento, que cada secuencia es efectivamente suya, una de sus criaturas, como lo son todos y cada uno de los actores, en sintonía perfecta. Todo es “De la Iglesia total”, desde el magnífico arranque al desparrame final. Todo lleva su firma; tal vez por eso hay que ver también esta “Balada...” como un extraño álbum de familia, como una sucesión de fotos, paisajes y láminas rebosantes de disparate, de vigor surrealista, de imaginación, tocadas de gran estética... y, por qué no decirlo, una acusada desconexión entre todas ellas. Hay que verla, en definitiva, como el álbum, de una familia poco convencional, demasiado aparatosa y un tanto malograda que, al mirarla encandila. Pero tampoco emociona...

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