Ventura Pons escribe sobre "Año de gracia"

Ventura Pons
Por Ventura Pons

Hace un tiempo me encontré con un vecino de escalera. Un ex diputado de izquierdas, algo casposo, siempre pegado a una de esas pipas largas que apestan y que te acercan todavía más el tabaco a tu cara, muy especialmente si estás en el ascensor y no ha tenido la delicadeza de apagarla. Está medio jubilado y ronda mucho por el Empordà. Me contó que había conocido en Sant Feliu de Guixols a alguien, al parecer un antiguo compañero mío de internado, cuyo nombre no me resultó familiar. A la semana volví a coincidir con el personaje y su incívica pipa y me insistió: mi antiguo colega tenía una foto del colegio donde aparecíamos juntos. No le hice caso.

Al cabo de unas semanas, a eso de las ocho menos cuarto de la tarde, salgo corriendo de mi casa para ir a Laie, mi librería de cabecera. Al día siguiente a las siete de la madrugada volaba al festival de Toronto y necesitaba lectura para el viaje, pesado, de muchas horas. Juro que sin libros no puedo volar. Justo al salir a la calle se me acerca y se presenta el anunciado hombre de Sant Feliu y me pone una foto de niños en uniforme ante mis ojos, sin saber que de cerca no pillo nada sin gafas. Me excuso, contándole mis prisas. Me suelta que dispone de tiempo y decide acompañarme las cinco manzanas que nos separan de los preciados libros. Me cuenta que se espera para recoger a su hijo media hora más tarde. ¿Ah, tienes un hijo? le pregunto, por decir algo. Dos, este es el mayor. ¿Y a qué se dedica? Anda en segundo de carrera, no sé cual dice, y ahora mismo deberá estar terminando de jugar a las cartas. ¿A las cartas? Sí, el curso pasado compartió piso, en uno de esos programas de ayuda a la gente mayor, con una señora que le flipaban las cartas. La vieja tenía muy mal carácter, mi hijo también tiene el suyo, pero ella supo meterle el virus de los naipes en la sangre. En ese momento llegamos a mi destino, me despido cordialmente y no lo he vuelto a ver jamás, de verdad. Sin darse cuenta había sembrado en mi cabeza la semilla para una película. Para una comedia.

Muchas veces he escrito sobre mi viejo placer por la comedia.  Y temo que voy a repetirme, pero es lo que pienso. La comedia es el gran desafío, el género que, vayas donde vayas, tiene más público que el drama, pero sin su reconocimiento social. En cualquier pais, y más en el nuestro, hacer reír se considera un arte menor y, en cambio, a las lágrimas se les dá un marchamo de calidad, qué le vamos a hacer. A pesar de mi antigua afición por formas narrativas libres y nada convencionales, siempre me han gustado los géneros y no me importa transitar de uno a otro, de un drama a una comedia o de la ficción a un documental mientras me apasione lo que explico y que sienta que existe mi mirada en la narración. Hace tiempo descubrí que en las comedias, al margen de su dificultad conceptual, donde la historia debe construirse como una bomba de relojería, también debe de haber mucha pasión. A la vez, la propia naturaleza del género las convierten en tremendas armas de precisión en manos de los directores… cuando se tiene de verdad algo que contar. El humor en sus diversas formas permite sólidos niveles de provocación dificilmente imaginables en el drama. Una buena constatación a tener en cuenta en cuanto te propones un tema. ¿Drama o comedia?

Vayamos pues por la cosecha que fue madurando después del inesperado encuentro con mi antiguo compañero. Una vieja fuerte y tremenda, a la greña con un joven inconformista, respondón, que no se corta por nada, ambos obligados a compartir la vivienda. Ni uno ni otro se dejan amedrentar, a pesar de que ella detenta el poder y el joven sólo las ilusiones. La vieja ya ha renunciado a sus sueños y el joven los está descubriendo. Una perpétua pelea sin tregua, aunque ambos se necesiten. La percibo como una situación fantástica, muy divertida, donde fabular, en clave de comedia, sobre las relaciones humanas. Esta pareja será la base para una historia urbana, trepidante, fresca, divertida, abierta. Y que además, por la diferencia de edades de los protagonistas, me cubre un amplio abanico de público. Con la colaboración, primero de Carme Morell y después de Jaume Cuspinera, empezamos a armar el guión. Volver a la comedia, qué placer, ¡uf!

El objetivo de David, el chico protagonista, es triunfar en el mundo artístico y demostrar a sus padres que existe una vida lejos del pueblo y de la tradición familiar, la anodina fábrica de chimeneas de su padre. Gràcia, la vieja cascarriabas con la que no tiene más remedio que convivir, se convertirá en el gran obstáculo de David para conseguir su meta: le incordia constantemente, le hace limpiar a todas horas, no le deja pintar, no le deja respirar, le pone día tras día de mal humor, le obliga a acompañarla a sitios imposibles... David no puede más hasta que al final, después de mil y una trifulcas, descubrirá que está muy bien tener sueños rebeldes en contra de todo y de todos pero que hacerse mayor implica también ser pragmático. Ayudar y dejarse ayudar por los otros. Madurar, en definitiva. Un descubriento compartido con Gràcia. Reforzando el objetivo de David, todos los enfrentamientos con Gràcia tomarán más sentido y transcendencia. El clímax final será más completo: David ha crecido y descubierto que la vida es mejor si la compartes. La vieja admite finalmente que las cosas cambian, el chico la acusa de explotadora. Ella le dá la razón y añade: “Sí, ya lo sé, y una hija de puta… Pero hoy vamos a hacer un paréntesis”.

Hemos intentado hacer sólido el sentido, el mensaje, que creo tendrá la película: a pesar de los pesares la vida es mejor si nos ayudamos los unos a los otros. Pero hay muchos otros temas que laten por debajo de este: la imposibilidad de comunicarnos en nuestra sociedad; la disolución del núcleo familiar tradicional, algo que casi siempre está en mis películas; la necesidad que la vida sea caos, movimiento; la precariedad laboral y social de la gente joven... y la gran y difícil aventura que puede ser una amistad intergeneracional. Como me escribió en un mail Cuspinera: ¡No sé, por temas no será! Y es que, respetando al máximo el objetivo, hemos buscado entender los personajes, entender su entorno, lo que nos ha permitido enriquecer la historia, intentando un encaje de bolillos con los subtemas que iban apareciendo a medida que crecía el guión. Otra cosa que también dice Cuspinera: en tiempos de crisis hagamos una llamada a la amistad y a una forma de entender el mundo, a avanzar despacio, disfrutando de la gente y del paisaje.

Después de haber paseado en mis anteriores trabajos mi interés narrativo alrededor de temas más trascendentes, más dramáticos, nuevamente he sentido la llamada de la comedia. Será porqué en las vivencias del hijo de mi antiguo compañero de internado encontré una buena historia. Una buena historia, sí, la madre de todas las películas, que me permitía un reparto de aquellos en los que podía creer ciegamente. Y también porque me sentí fascinado por las posibilidades de hacer una simbiosis con el tipo de humor basado en esos seres, tan frágiles en el fondo, en la lucha cotidiana con el trasfondo de un barrio tan singular como es Gracia. Gràcia es el paisaje de mi infancia y adolescencia y, aúnque ya no es lo que era, todavía conserva una personalidad mágica, atractiva, única. Es la suma y el placer de todo ello, añadir al rigor del concepto de la puesta en escena y de la interpretación, la emoción y la ternura de unos seres que, una vez más en mis películas, van a la busca de un poco de realización y de comunicación entre la vorágine de los tiempos que nos ha tocado vivir.

Intensamente. Año a año, día a dia.

(*): El catalán Ventura Pons es uno de los más prolíficos e internacionales de los directores españoles. Al modo de Woody Allen es capaz de autoproducirse prácticamente una película al año. Entre las más conocidas están "Animales heridos", "El por qué de las cosas", "Anita no pierde el tren", "Amor idiota", "A la deriva", "Actrices"...