Colaboración: La lección de Gabriel García Márquez en Cannes

García Márquez
Por Sergio Berrocal *

La niña me preguntó: “¿Qué haces?”. “Escribo”, le contesté. Pareció impresionada pero al poco insistió: “¿Y eso cómo se hace?” Entonces trate de explicarle que había que contar algo sirviéndose de palabras. “Como el cuento de Caperucita Roja”, intenté escabullirme. Dos días después, la niña, que ya había crecido y era una mocita con novio, me trajo un periódico: “Mira, este señor también escribía”. Era el anuncio de la muerte de Gabriel García Márquez. Le expliqué que había sido el mejor. Que nadie escribía tan bien como él. Que probablemente no habría ningún otro escritor que escribiese como él. Nunca más.

Cuando creía acabado el interrogatorio, volvió a surgir la niña: “Abuelo, ¿y tú para que escribes si dices que ese señor era el mejor y que nunca habrá otro que pueda hacerlo mejor que él?”.

Entonces recordé a Gabriel García Márquez, con su chaquetilla inglesa en un rincón del Mercado del cine del Festival de Cannes. Hablamos, o él me habló, de Corín Tellado, de la importancia de la novelita rosa.

Durante el rato que estuvimos juntos no había parado de sonreír. Y yo sonreía también feliz porque sabía que aquel señor que había escrito ya “Cien años de soledad” pero al que todavía no habían dado el Nobel de Literatura, era un tipo fuera de serie.

Al colombiano le encontré otras veces allí, porque su pasión real no era la literatura de los libros que se venden y que dan un Nobel sino el cine, para el que escribió muchos guiones.

Y a Cannes acudía a defender sus películas.

Creo recordar que la de nuestro encuentro en el stand de FOCINE fue “La cándida Eréndira”, un maravilloso y trágico relato que me conmovió. Todavía era suficientemente joven para emocionarme. Me parece recordar que el público en general no pensó lo mismo.

Yo todavía no pensaba en escribir fuera del correteo diario crónicas-entrevistas-artículos a que está sometido un periodista y sobre todo un periodista joven.

Hace poco, casi siglos después de aquella charla en Cannes, que debió producirse por los años setenta, me he enterado de que García Márquez estaba convencido desde siempre que lo suyo sería escribir.

Y lo dijo con la misma convicción de aquella ratita del cuento que no tenía más que un objetivo en su vida, barrer y barrer su casita.

Cuando hace unos años decidí ser escribidor más que periodista, quizá apabullado y apenado viendo en lo que se ha convertido la profesión, entendí que yo también, desde que tengo recuerdos, sabía que mi vida sería escribir y escribir.

Ignoro qué o quién motivó a García Márquez, porque los franceses dicen que siempre hay que buscar a una mujer en cualquier requiebro de un hombre.

A mí fue una profesora de Literatura del Instituto de Segunda Enseñanza de Ceuta, norte de África, la que me hizo jurar que me dedicaría a escribir, pasase lo que pasase.

Era un poco mayor que yo, pocos años, y luego descubrí que se parecía a Audrey Hepburn y como llevaba siempre zapatillas planas la convertí en mi Cenicienta.

Cuando salí de Ceuta hacia Tánger, la ciudad internacional que iba a permitirme dar mis primeros pasos en periodismo, no volví a verla. Y nunca más regresé a aquel Instituto donde la hubiese encontrado fácilmente.

Quizá ahora estaría ella, la profesora, reclinada sobre mi hombro mientras escribo este cuento.

Pero los cuentos, cuentos son.

Aquel encuentro de Cannes me marcó más de lo que pensé en los cinco primeros minutos, ocupado que estaba en componer la información en la que iba a contar al mundo lo que el señor García Márquez pensaba de la novelita rosa.

En la Agencia France Presse, en París,  yo había ingresado  en 1960 con el mismo fervor con el que probablemente se entra en religión.

Fui uno de los dos o tres redactores contratados al principio para poner en marcha una sección de noticias en español con la que se trataba de romper el monopolio que por razones más relacionadas con la United Fruit que con el periodismo ejercían agencias como United Press International (hoy casi desaparecida) y Associated Press.

United Press nos dio mucho trabajo hasta que descubrimos su principal truco redaccional, que consistía en considerar que una noticia falsa siempre daba pie por lo menos para otra noticia más, la que desmintiese la anterior.

Los primeros elementos de aquella fuerza de invasión fueron un ex combatiente de la Guerra Civil de España, Rafael García, magnífico cronista de fútbol que empezó a sonreírme y a considerarme cuando se dio cuenta de que yo no era un “señorito” salido de las escuelas franquistas, sino un aprendiz de periodista llegado de Tánger.

Claro que nunca le confesé que mi padre era Coronel con mando en la corte de Francisco Franco. Consideré que era un detalle sin importancia.

Siguieron en la nueva Redacción dos anarquistas, igualmente huidos de la quema franquista, y un tal Mario Vargas Llosa, que llegaba de Lima, Perú, donde su padre había sido o era corresponsal de una agencia de prensa norteamericana.

No teníamos, ni falta que nos hacía, la menor idea de que este señor que se mantenía muy envarado en su asiento y lucía un bigotito muy a lo Errol Flynn era ya un señor escritor.

Lo cierto es que él tampoco se sentiría probablemente muy a gusto porque no le dio tiempo a hacer amigos.

Su esposa, la espectacular Doña Julia, que además era tía suya carnal, le mandó al poco a casa para que escribiese sus novelitas a sus anchas y  ella se quedó para ganar el pan del hogar trabajando en el segundo piso del antiguo edificio de la AFP como secretaria de otro gran antifranquista, Willebaldo Solano, miembro eminente en sus tiempos del POUM.

Todo esto para decirles que no aprendí nada de él porque no me enseñó nada.

García Márquez en Cannes me había hecho pensar y cuando terminamos la insensata charla entre una estrella de las letras y un reportero, me había reafirmado en mi convicción de que escribiría toda mi vida.

Y así lo hago.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro, recién publicado, se titula "Calle Falange Española"

Sigue nuestras últimas noticias por TWITTER.