Colaboración: Pie de foto en La Habana

Sergio Berrocal, girado hacia la cámara, entre el resto del jurado de prensa en el Festival de La Habana
Por Sergio Berrocal *

Llevo quince años agarrado con los diez dedos al teclado del ordenador para no caerme al mar de la inopia del que tanto le costó zafarse a Ulises. Ha llegado el momento de escribir la penúltima línea, poner las penúltimas comas y procurar que caigan bien los puntos seguido y aparte. Hora de balance ha tocado, habría dicho uno de los personajes más entrañables del escritor uruguayo Mario Benedetti.

Quedan un montón de fotos muertas, duendes del pasado y grillos del presente, que mientras no tengan pie no echarán a hablar.

Como ésta de los años ochenta y muy poco, quizá 1986, tomada en una dependencia de la agencia de noticias cubana Prensa Latina, en La Habana.

Era un diciembre gordo de bochorno y el aire acondicionado quería pero no podía demasiado.

Estábamos allí, periodistas internacionales de muchos aprendizajes y banderas, para conceder el Premio Glauber Rocha, el más importante fuera del palmarés oficial del Festival Internacional del Cine Latinoamericano de La Habana,

Alfredo Muñoz Unsain, adjunto de la Agencia France Presse en La Habana  (al fondo, izquierda) hace como que lee el acta del jurado, supongo yo. En realidad y probablemente no lee nada, sino que se dedica a buscar las faltas de sintaxis que pudiera encontrar,

Y como tiene su sonrisa sarcástica de los buenos momentos, puede apostarse a que ha encontrado algo mantecoso.

A su lado, una muchacha, a la que nunca volví a ver.

Si es la misma, habíamos pasado la noche anterior tomando el generoso güisqui que Chango dispensaba a sus invitados en la casa que ocupaba en el distrito Miramar.

Fue una noche maravillosa en la que aquella mujer me contó hermosas cosas de Jesús.

A la mañana siguiente, antes de acudir al Premio Glauber Rocha, nos dijimos adiós.

Hasta hoy.

Habíamos acudido a una de esas reuniones que se improvisaban en el patio de la casa mágica y a la que asistía gente de todo pelaje, desde periodistas muy influyentes hasta altos miembros del Partido y realizadores de cine de mucho talento como Pastor Vega.

Eran auténticas clases al aire libre, con la tele de la vecina de fondo, y en las cuales la única asignatura era Cuba, pasado, presente y, sobre todo, futuro.

Chango ponía sobre la mesa de hierro fundido blanca unas botellas y hielo. Luego, los cascos vacíos se reemplazaban por más madera, que habrían exclamado los hermanos Marx.

Y al cabo de dos copas, en el claro oscuro de la noche caribeña ya entrada, se escapaban las opiniones, los comentarios y, sobre todo, más de una revelación.

Un grupo exquisito donde no podía agregarse nadie más que no estuviese rigurosamente seleccionado por el dueño de la casa.

Yo tuve la suerte de asistir en varias ocasiones, como oyente, y aprendí en aquellos coloquios más sobre Cuba que en el libro del norteamericano Ted Szulc, que pasaba por ser el mejor analista de Cuba en su país.

A Chango le gustaba "épater" con todo lo que sabía, aunque nunca soltaba demasiadas prendas pese a haber adquirido en sus cuarenta años de estancia en la Isla un conocimiento que, desgraciadamente, se llevó a la tumba.

Todo sabíamos que en Cuba desde Fidel Castro al Jefe de la Iglesia Católica, que siempre pasó por momentos delicados, tenían una confianza inusitada en este periodista.

Pero volvamos a la foto. El que mira con enormes gafas soy yo. Estoy escuchando los comentarios que ha suscitado nuestra decisión de galardonar a no me acuerdo ya qué película, pero en realidad probablemente pienso en Jesús.

Los otros dos que están de espalda y a los que les falta pelo son periodistas igualmente extranjeros que aparentemente hacen como Chango, leer o comentar in petto.

El año más divertido de aquel premio, para mí, fue 1991, cuando el máximo galardón y todos los vítores del festival se los llevó la película cubana "Fresa y chocolate" que, por primera vez, condujo a Cuba al umbral de los Oscar.

Fue el éxito más grande del cine cubano en muchos años amén de que enfrentaba por primera vez con una inusitada temeridad el problema de los homosexuales, que en Cuba podían ir a campos de reeducación.

Lástima que no haya conservado una foto de aquel día, cuando propuse que "Fresa y chocolate" fuese Premio Glauber Rocha, advirtiendo que estaba convencido de que aquella misma noche este filme cubano arrasaría en el Festival de La Habana.

Había no obstante gente convencida de que no se podía tener piedad ni miramientos con los homosexuales.

En la sala de reunión apareció un personaje cubano que no tenía ningún derecho a estar presente en las deliberaciones reservadas exclusivamente a periodistas extranjeros.

El intruso me miraba con los ojos entornados por encima de sus fornidos bigotes.

Harto y un poco de mal talante, le espeté finalmente ante el jolgorio del resto de los colegas, algunos de los cuales no se atrevían a llevar la contraria al visitante: « ¿Pero tú has visto la película? ».

Después de mirar a la ronda contestó: « Todavía no, pero he leído el guión ». Y como máximo argumento, agregó: "¡Pero si es una historia de maricones!".

El Glauber Rocha de aquel año fue, con todo su prestigio, para una oscura producción argentina de la que no se debe de acordar ni su autor.

Por lo demás, la película preferida a « Fresa y chocolate » pasó por las carteleras sin pena ni gloria y probablemente con el bochorno de haber sido galardonada de rebote y por razones eminentemente políticas.

Me hubiese gustado que en aquella reunión hubiese estado Chango, el de la foto, que murió siendo decano de la prensa extranjera en Cuba.

Desde entonces, creo que las cosas han cambiado en Cuba.

En el último Glauber Rocha al que me invitaron como jurado, en 2011, no hubo intruso.

Ni una voz más alta que otra.

(*): Periodista, cronista, crítico de cine,  Sergio Berrocal sigue escribiendo y acaba de publicar "Mujeres en Technicolor".

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