Crítica: "Placer y Martirio", más bien lo segundo

''Placer y martirio''


Por Edurne Sarriegui

Este jueves se estrenará comercialmente la última obra del prolífico realizador, guionista y productor argentino José Celestino Campusano ("El Perro Molina", "Vil Romance"). Su séptimo largometraje, "Placer y Martirio" (2015), llega al público después de ganar en la última edición del BAFICI el Premio al Mejor Director y generar polémica.

Abandonando los escenarios suburbanos de sus anteriores trabajos, Campusano sitúa la acción de este melodrama en Puerto Madero, el más nuevo y lujoso barrio de Buenos Aires, y convierte a sus habitantes en protagonistas de una historia de dominación y sometimiento con mucho de machismo y escenas que traspasan la procacidad para caer en lo obsceno.

Delfina (Natacha Méndez) es una atractiva mujer casada, empresaria y madre de una adolescente. Conoce a Kamil (Rodolfo Ávalos), un empresario de origen árabe y negocios poco definidos que despierta en ella una pasión irracional. Esto le hará  descuidar y abandonar cualquier otro aspecto de su existencia. Se establecerá entre ellos una relación en la que Kamil impondrá las reglas mientras Delfina perderá el control de su vida, su trabajo y su dinero y la llevará  a la degradación tanto física como  psicológica.

"Placer y Martirio" tiene, sin duda, vocación provocativa. Lo notable es que siendo así caiga en tantos clichés: Hombres dominantes indiferentes a los sentimientos de las mujeres, maridos tiranizados, hijos abandonados, empleadas que sufren el desdén, mujeres que buscan al hombre más exitoso económicamente, la idea de todos ellos de que todo se puede comprar y un largo etcétera de lugares comunes atribuidos a determinada clase social pueblan la cinta.

Personajes sin profundidad, diálogos imposibles, actuaciones propias de representación de fin de curso y situaciones y actitudes dignas del peor culebrón vespertino llevan al espectador a perder el interés por el destino de estos personajes, tanto protagónicos como secundarios. Sus adversidades nos dejan indiferentes y  sus infortunios, impasibles... y un tanto martirizados.

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