Isabel Coixet, por los fríos senderos del Ártico, con "Nadie quiere la noche"

Coixet, con Binoche, en Valladolid (Seminci)
Perros siberianos y samoyedos que arrastran pesados trineos camino del Polo. Nativos inuit guiando a los exploradores acosados por un frío infernal. Son sensaciones del rodaje en Noruega de "Nadie quiere la noche / Nobody Wants the Night" que Isabel Coixet describía en esta web antes del estreno mundial de su última película en el Festival de Berlín. Después llegó la gélida respuesta del público y de la crítica en la Berlinale. En ese mismo certamen Isabel Coixet recibió hace más de veinte años  su primer aplauso internacional cuando presentó en la sección Panorama "Cosas que nunca te dije". El calor del público en aquella lejana y heladora noche berlinesa ayudó a la realizadora a continuar una carrera tan intensa como desigual.

La mala acogida inicial a "Nadie quiere la noche" llevó a la directora  a realizar algunos cambios en el montaje definitivo del largometraje que ahora llega a las salas comerciales españolas. Retoques confesados en la  Semana de Cine de Valladolid, eso sí, después de preguntarse una y mil veces por qué se había lanzado de cabeza a esta aventura cuando la ofrecieron el guion de Miguel Barros a quien recordamos por el western "Blackthorn". "Nadie quiere la noche" clausuró la última edición de la Seminci. Esa fue la ocasión de escuchar, junto a la directora, a Isabel Binoche protagonista absoluta, junto a las inmensas llanuras nevadas y las fuerzas desatadas de la naturaleza, de esta película que cuenta la aventura de Josephine Peary. Desde su residencia en Washington, la intrépida esposa de Robert Edwin Peary viaja hasta Canadá buscando a su marido que, una vez más, pretende poner pie en el Polo Norte. Será su última oportunidad de alcanzar el más septentrional rincón del Planeta. Josephine sabe que si después de varias expediciones el explorador no alcanza su sueño ya no podrá volver a intentarlo. Y en este trance quiere estar junto a él. No le falta decisión, osadía, ni un toque de locura.

Como un magnífico laboratorio emocional define Juliette Binoche la situación a la que se enfrenta Josephine Peary. En su aventura al encuentro con ese marido dios y mascarón de proa deberá confrontar su visión del mundo con la de Innuit Allaka, la esquimal  con la que tiene que vivir en aquellas soledades y a la que da vida la japonesa Rinki Kikouchi. "Nadie quiere la noche" es el relato de la osadía de esa mujer y también la evolución emocional del personaje padeciendo la eterna noche del Ártico y todos los peligros que pueblan esas latitudes. En la jornada del 6 de abril de 1909  Robert Edwin Peary colocó, al fin, la bandera de Estados Unidos en el Polo. Ese día el legendario explorador aún ignoraba que Josephine le esperaba exhausta unos kilómetros y muchos pesares más al sur.  

Mezcla de realidad y ficción "Nadie quiere la noche"  es un viaje en diferentes planos. Si es fascinante el itinerario por la nevada geografía del Norte de Canadá no lo es menos –aunque a veces resulte excesivo en el relato cinematográfico- el periplo interior de Josephine hacia el corazón  de Allaka, la nativa esquimal. En esa situación límite, la burguesa y hasta caprichosa  Josephine enamorada descubre otros valores  en los que se imponen las leyes naturales. Dejó testimonio de su peripecia en el libro "Mi diario Ártico". Ahora con retazos de ese texto y algo de invención tenemos "Nadie quiere la noche", la última de Coixet con Binoche de protagonista.



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