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Oliver Laxe escribe sobre "Todos vós sodes capitáns"

'Todos vós sodes capitáns'
'Todos vós sodes capitáns'


Por Oliver Laxe (*)

Hace tres años decidí irme a vivir a Marruecos. Como le leí una vez a Yalal ad-Din Rumí, por aquel entonces tenía los labios secos y necesitaba beber en una fuente fértil y generosa como Marruecos, donde poder mantener un diálogo más estrecho con la vida. Seducido por los mitos pasados y presentes de Tánger, al poco de llegar decidí desarrollar un taller de cine con niños pertenecientes a contextos desestructurados.

Desde el principio tuve muy claro cuáles eran las motivaciones que me acercaban a estos menores. Me atraía su curiosidad, su manera de ver las cosas como si siempre fuese la primera vez, la libertad con la que se enfrentaban a todo proceso creativo, más allá de todo academicismo. Me asustaba el hecho de considerarlos niños "de la calle", para mí eran niños por encima de todo. Tenía que evitar toda suerte de humanismo paternalista.

Otra característica que me parecía interesante de ellos era su carácter de inadaptados, una condición compartida por toda esta gran familia de demonios que representamos los artistas. Es de esta inadaptación de la que surgen los deseos, las necesidades, el impulso vital. La creatividad viene también dada por el grado de experiencia, y en este sentido era evidente que estos niños se habían visto obligados a desarrollar desde muy pronto una reflexión personal sobre su vida.

Trabajamos de una forma absolutamente artesanal, con cámaras de 16mm cuya película revelábamos a mano. Filmábamos aquello que nos parecía hermoso, simplemente. Compartíamos la fascinación por la existencia de las cosas. "Todos vós sodes capitáns" es una película que nace de esta experiencia de taller, y se hizo, curiosamente, con la cámara con la que se filmaban los viajes de Hassan II en la década de los noventa. Lo más importante fue definir bien el punto de vista, mi doble relación de “distancia” y “empatía” con estos niños. A pesar de que sus dramas son especialmente duros y me afectan personalmente, como artista en ningún momento estuve interesado en trabajar sobre ellos, me parecía un comportamiento muy deshonesto y falso por mi parte. No me interesa la estilización del drama, sino los procesos estilísticos, la propia experiencia de crear. Mi compromiso con estos niños y conmigo mismo era transcender cierto lamento, cierto desasosiego con el que a veces interpretamos los obstáculos que nos depara la vida. El ejercicio debía ser afirmativo, un acto de curación compartida.

Podemos ser libres, es siempre una cuestión de lectura, de diálogo con la vida, de mirada en definitiva. La vida es injusta, es absurdo preguntarse la razón, hay que aceptarlo así. La verdadera cuestión es comprender cual es nuestra respuesta ante esta justa injusticia. El juego tenía que ser el motor de esta película.

Quería hacer una obra que fuera seria en su falta de seriedad. En esta película le falto mucho al respeto al cine, precisamente porque confío en él. Quería que el espectador supiera que en el fondo yo soy el más niño de toda la película y que el juego y la creación es mi manera de resistir. Al verme obligado a hacer la puesta en escena desde dentro de la imagen me resultó muy fácil provocar la vida y poner las cosas en movimiento. Me permitió bailar. Elegí ser el malo de la película, representar al prototípico artista occidental neocolonialista; no quería transmitir una imagen de misionero, de buena persona.

Era imprescindible dejar claro que para mí el arte está más allá del bien y del mal, que todo vale con tal de obtener una imagen. El espectador debía ser consciente en todo momento de que ese personaje cínico y estúpido que yo represento en la película es al mismo tiempo el ser que siente al hacerla, algo evidente una vez que me expulso de la película y me eclipso detrás de la cámara, haciéndose, paradójicamente, más evidente mi presencia. Necesitaba lograr que "Todos vós sodes capitáns" fuese una película romántica sin parecerlo. Pienso que la imagen desenfocada del cartel evoca perfectamente la idea de que a veces se ven mejor las cosas desde cierta distancia. La distancia es siempre buena, sobre todo en procesos creativos. En la escena inicial de la película, cuando los niños están mirando el avión, uno de ellos sugiere que si cierran los ojos podrán verlo mejor.

"Todos vós sodes capitáns" es una película sobre la mirada.

(*) Oliver Laxe, hijo de emigrantes gallegos, nació en París en 1982. Estudió cine y realización en la Universidad Pompeu Fabra. Desde hace cuatro años reside en Tánger, donde creó y desarrolló “Dao Byed”, un taller de creación cinematográfica en 16 mm con niños. De esta experiencia nació su primer largometraje, "Todos vós sodes capitáns", ganador del premio FIPRESCI en la Quincena de Realizadores de Cannes 2010, que el viernes se estrena en España. El film muestra cómo un joven cineasta europeo realiza una película con menores acogidos en un centro en Tánger, Marruecos, dando lugar a un proyecto cuyo desarrollo cambia por completo por el desgaste que se produce en su relación con los niños, los heterodoxos métodos de trabajo que utiliza.

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