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Festival de Cine Francés en Cuba: De Venus, hombres y diose(a)s

Yahima Torres
Yahima Torres
Una de las grandes expectativas del Festival de Cine Francés de Cuba (que hasta el 22 andará por salas habaneras y hasta fines de mes, por otras de provincia), era sin duda el film "Venus noire" (La Venus negra), dirigido en 2010 por el franco-tunecino Abdellatif Kechiche, y presentado ese mismo año en la Mostra de Venecia. Lamentablemente, también ha sido una de las inevitables decepciones.

Entre las motivaciones que generaba su estreno estaba el protagonismo de una actriz cubana (Yahima Torres), premio Lumiére a la mejor revelación en esa categoría, quien por cierto, viajó a su tierra natal para las presentaciones del film; y, siendo justos, la intérprete, desconocida para la mayoría, se merece ese y cualquier otro galardón: su desempeño es maduro, atento a detalles de un rol complejo, y en términos generales, convincente; lo que no es, lamentablemente, el filme todo.

La dramática vida de Saartjie Baartman, quien fuera llamada Venus hotentote, oriunda de una tribu surafricana y convertida en atracción de feria o estudio científico por sus nalgas prominentes o sus rarezas en los órganos sexuales a principios del siglo XIX, era sin lugar a dudas, un tema excelente para extraer una película, cuánto menos, notable.
La impericia del director, arruina prácticamente el trayecto; ante todo, pues carece del mínimo sentido de la elipsis –ese oportuno saltarse episodios sobreentendidos para ganar síntesis y condensación del relato- y lo pone todo en pantalla: detalles hasta el cansancio, discursos y conferencias médicas (ya la que da inicio implica malos augurios), reiteraciones, alargamientos…hasta sumar unos infinitos ¡164 minutos! que llegan a hacerse insoportables, debilitando incluso secuencias más o menos conseguidas y rubros estimables (como las actuaciones, no sólo la de nuestra coterránea o la impecable reconstrucción de época), empobreciendo un discurso que pudo erigirse en un llamado al respeto, una condena a las humillaciones humanas, un grito defensivo ante casos como los que denuncia el film.

En el otro extremo figura un texto fílmico absolutamente logrado, como "Des hommes et des dieux" (De dioses y hombres), realizado en 2010 por Xavier Beauvois. Basado también en un hecho real, sigue a ocho monjes franceses que se establecen en un monasterio en las montañas del Magreb (norte de Africa) y ofrecen ayuda médica y espiritual a los lugareños musulmanes; sin embargo, un grupo fundamentalista del Islam, que siembra el terror en la región, entrará en conflicto con ellos.

Más que lo anecdótico (limitación que, como vimos, padece el film anterior), "De dioses…" invita a una reflexión en torno a la conciencia, a la importancia de las decisiones en situaciones límites que frecuentemente ofrece la vida; a estos religiosos se les presenta una disyuntiva difícil: o preservan su vida abandonando el peligroso sitio, o la arriesgan continuando su misión, consecuentes con su fe, sus principios, su ética…

La obra, de tempo lento, no permite sin embargo que el espectador se distraiga un minuto: tan sólida es su armadura dramática, tan elevada la filosofía y la densidad ontológica que la anima, tan bien construidos los personajes (esos religiosos que, siendo tan unidos, no forman un monolito, sino que obedecen a personalidades bien diversas y hasta contradictorias) y tan esmeradamente conducidos los rumbos de la narración para ganar la atención del público de principio a fin, partiendo, eso sí, de un inteligente guión concebido por el director y Etienne Comar.

Otros valores se localizan en la fotografía (César a Caroline Champetier), magistral en su combinación de claroscuros y luminosidades, de los grandes espacios externos y las intimidades del monasterio, y qué decir de la música, con esos inspiradores himnos entonados por los personajes de modo intra-diegético.

También no poco reconocidos, sus actores (Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin…) responden desde sus indudables talentos individuales, a una recia y efectiva dirección.

Y si de dioses se trata, pero en femenino, el Festival rinde homenaje a una de las grandes actrices francesas: Sandrine Bonnaire. Multipremiada fuera y dentro de Francia, fue descubierta por Maurice Pialat, un cineasta que la dirige en su filme "A nos amours" (A nuestros amores), en 1983 –afortunadamente, entre los 6 films que integran la selección que puede verse en los cines- y puede afirmarse que la debutante comenzó a andar con el pie derecho: obtuvo el César a la mejor promesa femenina, lo cual sólo fue el preludio de una cadena de justificados reconocimientos.

Seguro estoy que uno de los rasgos que enamoró a los jueces fue la espaciosa, sincera y limpia sonrisa de la joven actriz, algo que le ha acompañado hasta hoy, aun cuando haya encarnado con frecuencia roles no muy “risibles” que digamos (como las criadas de "La ceremonia" o "Juega la reina").

Pero Bonnaire es también concentración, ductilidad, duda tras la aparente seguridad, enigma, optimismo y soledad, características que reparte y matiza en sus muchos y diversos papeles. En Mademoiselle, por ejemplo, dirigida por el veterano Philippe Loiret en 2001, es esa mujer casada que se enamora de un comediante, en lo que no pasa de una aventura que, sin embargo, le cambia la vida.

Todo esto y más, aunque en pocos títulos, podemos comprobar durante estos días franceses en la pantalla grande, como también lo haremos de sus dotes de realizadora en un documental sobre su hermana autista (Ella se llama Sabine), pero de ello hablaremos en otra ocasión.     

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