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Colaboración: La inexistencia del cine nacional, un genocidio cultural (y II)

por © Centro Virtual Cervantes-NOTICINE.com
Lisandro Duque
Por Lisandro Duque Naranjo *

Un país sin cinematografía, sin memoria fílmica, es como una casa de familia sin álbum fotográfico. Permitir que en nuestras pantallas exista un cine de una sola nacionalidad, que no es la nuestra, equivale a resignarse, ante la carencia de pruebas de nuestros recuerdos, a pedir en préstamo el álbum fotográfico de los ricos de la esquina. Las iconografías tomadas en préstamo son espejos tramposos que no le devuelven a quien se asoma en ellos su propia imagen y por ende le niegan su cuerpo. Los vampiros son seres infelices y subrepticios justamente porque no logran verse en los espejos. A ese referente visual exógeno que nos niega al hacernos invisibles, que nos destierra de la pantalla por considerar que nuestro lugar natural es en la silletería de las salas, es atribuible, sin duda, esa baja auto-estima que en los más de los casos deriva en la violencia.

Trataré de explicar por qué: Edgar Morín, en su libro El cine y el hombre imaginario, reflexiona sobre el por qué los obreros que participaron como actores documentales en esa primera película de los hermanos Lumière, La salida de la fábrica, iban todas las noches a verse en la pantalla saliendo de la fábrica, mientras que nunca antes, ni nunca después de la película, iban a verse en persona, saliendo de verdad de la fábrica.

En las cuevas de Altamira y Lescaux, los hombres primarios pintaban a los bisontes que después tenían que cazar. Cuando no cumplían esa labor pictórica, con la que suponían quebrantar la fuerza de los animales que necesitaban para subsistir, no salían a cazarlos. Picasso decía: «La mujer que nos da una foto, nos promete el original». Todo parece indicar entonces que cuando el ser humano es representado en una pantalla, o en una fotografía, o en un cuadro, o en una novela, empieza a ser, y deja simplemente de estar. El hombre tiene, pues, una relación compleja consigo mismo a través de su propia imagen representada, y puede llegar a tener una relación, ya no compleja, sino confusa, consigo mismo y con sus semejantes, si se le mutila la posibilidad de representarse icónicamente.

Todo ser humano necesita consultar su propia presencia permanentemente en cuanta vitrina se le atraviesa en la calle y en cuanto metal reflector le queda al frente en los ascensores que toma. El hombre inaugura todas las mañanas frente al espejo esas miradas que le confirman su cuerpo y la certeza de sus miembros. Cuando no lo hace, se siente sucio, inseguro, impresentable. No creo que sea diletancia decir que reflejarnos, que es algo que se logra frente a los espejos, viene de la misma raíz de reflexionarnos, que es lo que logramos frente al arte, incluido el arte cinematográfico que nos devuelve ya no una conceptualización abstracta sobre nosotros, como lo hace la literatura, sino una concreción fisonómica, geográfica, kinética, etc. El revelado de una película no es, entonces, un simple proceso químico, sino un acto revelador de orden espiritual.

La periodista colombiana María Jimena Dussan alertaba hace unos años sobre un curioso fenómeno: las protestas contra los experimentos atómicos franceses en el Atolón de Mururoa, tuvieron muchos adeptos en Colombia que se manifestaron frente a la embajada francesa. A los participantes colombianos en esas demostraciones, sin embargo, no los convocó ninguna organización nacional de las varias que defienden aquí la ecología contra los depredadores, sino la red, internet. En principio es muy alentador que un país sea sensible al caos internacional y a las amenazas de un retorno a la pesadilla atómica, pero lo que desalienta del episodio es que esos reflejos ecológicos colombianos no se han movilizado nunca antes con la misma rapidez ni beligerancia cuando se los ha convocado por fundaciones nacionales para enfrentar la inminencia de varios holocaustos domésticos en el campo del medio ambiente.

Hay, pues, una diferencia de una pantalla de computador entre la prontitud con que la conciencia se exacerba con respecto a Francia y la tranquilidad que la hace permanecer indiferente con relación a Colombia. Este fenómeno se dispara en progresión geométrica —adquiriendo características monstruosas de desdén y desarraigo— cuando la diferencia no es ya de una pantalla de computador, sino de una de cine.

Disminuirle el cine a un país, es como ordenar por decreto el retiro de todos los espejos de los baños y de todos los vidrios de las calles para que nadie pueda verse a sí mismo. Y eso genera violencia. El «Pienso, luego existo» se convierte aquí en un «No me veo, luego no soy nadie». Y del sentirse un nadie a pensar que tampoco son nadie los semejantes, solo hay una mirada de diferencia. Y muchos muertos como resultado. Toda etnia que no se filma se vuelve vergonzante. Todo conflicto que no se orea en la pantalla, se fermenta. Toda geografía que no se iconiza, qué carajo importa que sufra depredaciones. De hecho, la depredación mayor, el no haber sido representada jamás en ese rito de la pantalla, en ese auto sacramental del cine, ya la había devastado.

Las geografías o arquitecturas iconizadas, en cambio, generan tentación mítica. El Empire State no sería el gran paradigma de la arquitectura mundial si por sus cornisas no hubiera trepado King-Kong. A Estados Unidos, para descongestionarse de los inmigrantes que considera innecesarios o indeseables, les bastaría con dejar de seducir a los espectadores del resto del mundo a través de sus películas.

De igual forma, a cualquier país, para devolverle el afecto de sus ciudadanos, haría falta, entre otras cosas, cinematografiarle sus rostros, sus hablas regionales, sus topografías, ofreciéndoselos en esas pantallas mayores que convocan a la colectividad sacándola de casa y haciéndola convivir heterogéneamente en la oscuridad de las salas, a diferencia de la televisión que guarda a la gente en su casa y homogeneiza a los espectadores confinándolos a un disfrute estrictamente familiar.

(*): El colombiano Lisandro Duque es autor de películas como "Los niños invisibles", "Visa USA" o "Los actores del conflicto". Tiene pendiente de estreno su último trabajo, la comedia "El Soborno del Cielo".

Lean la primera parte de este artículo, aquí.

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