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Sorpresas del interior argentino en el BAFICI 2014

'Atlántida'
Por Martín Iparraguirre *

El Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) viene consiguiendo dar testimonio de la asombrosa diversidad que constituye al cine contemporáneo, sobre todo en la cinematografía argentina, pese a cierta uniformidad estética y narrativa que una mirada atenta puede detectar en muchas de las películas que animan las diferentes competencias. El tan temido “estilo internacional” que amenaza con homogeneizar al mercado del cine independiente o de arte en todo el mundo es aquí una realidad, pese a ser el festival más cuidado de la región. Claro que contra un panorama más bien preocupante en la Competencia Internacional, se contrapone una Competencia Argentina muy estimulante, que viene siendo una de las mejores en los últimos años.  

Entre las sorpresas promisorias, se encuentran dos películas del nuevo polo productivo del interior del país: las cordobesas “Atlántida”, de Inés María Barrionuevo, y “Tres D”, de Rosendo Ruiz, que a fuerza de honestidad, riesgo y un gran oficio (tanto técnico como formal) se están ganando un lugar en los comentarios de los pasillos. El primero es un film minimalista que narra una pequeña epopeya de autodescubrimiento, muy a tono con ciertas búsquedas del Nuevo Cine Argentino, aunque Barrionuevo logra dotar a su película de una densidad inédita para aquellos parámetros, con una rigurosidad en la puesta en escena que resulta notable para una debutante. Los protagonistas de “Atlántida” son dos hermanas adolescentes inmersas en un tórrido verano de un pueblo del interior cordobés, a fines de la década de los 80s. Quien sostiene la narración es Lucía (Melissa Romero, una revelación), que se está preparando para ingresar a la facultad pero debe convivir con su exigente hermana menor, la rebelde y algo malcriada Elena (Florencia Decall), que se encuentra confinada a un reposo obligatorio a causa de la rotura de uno de sus pies.

La monotonía de la siesta es sobrellevada por la visita de las amigas de Elena y los relatos de sus primeros escarceos amorosos, mientras Lucía lleva una vida mucho más solitaria y reservada, aunque ciertos gestos y fastidios denotan la existencia de un conflicto hondo que se desarrolla en su interior. Allí estará el centro del film, que logrará ir desplegando con sutileza y precisión los sentidos de esta angustia sin ponerla nunca en palabras, construyéndola pacientemente desde los detalles en base a planos cerrados sobre los cuerpos, que son construidos como una incógnita a desvelar. Una escapada al campo de Lucía con una amiga de Elena, Ana (Sol Zavala), servirá para manifestar los deseos ocultos, así como una visita de un joven médico (Guillermo Pfening) a la hermana menor, que también está atravesando por sus propios despertares. Significativamente, ésa salida al exterior permitirá emerger una tercera trama dramática de connotaciones políticas, relacionada a un niño obrero y la relación con la hija de su patrón: si bien aquí el film pierde un poco de su sutileza meridiana, también permite introducir otras dimensiones al relato. Porque “Atlántida” es finalmente la revisión de una época histórica –construida obsesivamente a través de los objetos y los decorados, en una mirada no exenta de nostalgia–, y de una comunidad precisa, que será representada en las diversas formas de su funcionamiento colectivo.

Fruto y testimonio amoroso de una comunidad y sus prácticas es, a la vez, “Tres D”, del ya prolífico Ruiz (“De Caravana”), una película que consigue el raro prodigio de hacer del cine dentro del cine una experiencia natural y gozosa, desprovista de toda pose o visos de solemnidad. Filmada enteramente en el Festival de Cine Independiente de Cosquín –también del interior cordobés– el año pasado, “Tres D” consigue que ficción y realidad se vuelvan una mezcla lúdica e indiscernible, resultado de una infrecuente complicidad colectiva que permite inscribir la fantasía y el juego en la realidad de los propios protagonistas del encuentro, sean directores, organizadores, críticos o cinéfilos. El eje del relato es Mato (Matías Ludueña), un joven director que llega a Cosquín para filmar un documental del encuentro: a poco de andar se cruzará con Mica (Micaela Ritacco, otra revelación), una amiga vivaz y cinéfila que sin dudar se sumará a la aventura de entrevistar a los directores invitados. La trama de encuentros y desencuentros románticos protagonizados por Mato, que es un seductor empedernido, se cruzará con ése trabajo documental que busca captar el funcionamiento del encuentro en sus más diversos detalles, de suerte que todos los protagonistas terminarán inmersos en la misma, encantadora, farsa: sean directores como Gustavo Fontán, José Celestino Campusano, Nicolás Prividera o Germán Scelso, críticos como Alejandro Cozza (coguionista y realizador del film) y Fernando Pujato, o simples personajes del lugar como un director aficionado o un coleccionista de proyectores analógicos, todos se terminarán retroalimentando a sí mismos en un círculo virtuoso y simbiótico entre realidad y ficción.

El resultado será un film libre y expansivo como pocos, capaz de apropiarse del cine para restituir su dimensión social y comunitaria en un juego donde tanto la profunda reflexión sobre la naturaleza de este arte como la más radical fantasía pueden tener lugar, siempre abordados con un desparpajo, seriedad y naturalidad encomiables, resultado sin dudas de un mismo amor compartido por protagonistas y hacedores. El cine, al fin, como ése arte que nos atraviesa y constituye desde nuestra más básica cotidianeidad.

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