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Mar del Plata: El cine como un arte mayor, de la mano de "Cavalo Dinheiro" y "Fávula"

Cartel de la cinta argentina 'Fávula'
El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata tuvo este martes uno de sus mejores días gracias a una coincidencia feliz, seguramente poco azarosa: el estreno casi en simultáneo de “Cavalo Dinheiro”, el esperado regreso del portugués Pedro Costa, en la Competencia Internacional, y de “Fávula”, del argentino Raúl Perrone, en la Competencia Latinoamericana, dos películas que elevaron la calidad del encuentro a otra dimensión. Ocurre que ambas son representantes eximias de un cine cada vez más extraño y ausente en nuestro presente a pesar de las posibilidades que hoy brinda la tecnología, aquél que se concibe a sí mismo como un arte mayor, un lenguaje aún por descubrir y explorar que en la predilección de la estética por sobre la narración encuentra un modo de resolver uno de los dilemas cruciales de todo cineasta que intenta filmar a otra clase social: cómo hacer justicia con los desplazados, cómo dar cuenta de sus experiencias sin caer en la conmiseración, la estigmatización, el miserabilismo o el simple paternalismo.  

“Cavalo Dinheiro” gira en torno a un personaje central de Costa, el Ventura de “Juventude em marcha”, un obrero inmigrante de Cabo Verde que habitaba el ya célebre barrio de Fontainhas, un enclave carenciado donde transcurren tres de las películas del director. El escenario ahora es mucho más abstracto y metafórico, aunque no por eso menos potente en el alcance de las alegorías que arroja como sutiles puñales a partir de una puesta en escena donde el uso de la luz y la sombra alcanza una sofisticación radical, eximia. Especie de limbo indeterminado que se podría asociar, levemente, a la figura del Purgatorio (o a la propia mente del protagonista), un alicaído Ventura deambula aquí por las ruinas de un hospital espectral que tanto puede representar el falso ascetismo de los no lugares como la estremecedora frialdad de las ruinas de un calabozo del siglo XIX o una oficina laboral: allí se irá cruzando continuamente con su pasado, o más bien con los fantasmas de sus afectos y amigos que se presentan a su paso, así como también con representantes de la tragedia política que marcó a toda su generación, la Revolución de los Claveles, que en esta película planea como fondo y contexto significativo de la biografía de nuestro protagonista.

Profundamente política y poética, términos que suelen pensarse como antagónicos acaso por las dificultades que implica asociarlos con pertinencia, “Cavalo Dinheiro” hace más bien de la poesía una forma de posicionamiento político en todos los sentidos, tanto respecto al cine y las formas dominantes que lo subyugan, como al modo de reivindicar a sus criaturas desde un tratamiento formal donde la belleza es regla, donde la tragedia de los pobres y los condenados puede representarse con las herramientas más nobles del séptimo arte. Esa poesía trágica es entonces eminentemente visual: la particular iluminación de las paredes o los elementos de sus escenarios en juego con las sombras dentro del plano (que puede incluir varios focos profundidad de campo), sea un bosque o un tenebroso túnel subterráneo, establece un tono decididamente onírico que en muchos momentos llega al éxtasis visual.

Semejante disposición formal posibilita que la figura de Ventura alcance una abstracción que le permite terminar de representar lo que siempre había sido en potencia: el universo de los desposeídos, de toda una raza condenada al ostracismo o a la explotación salvaje por parte de los potentados (blancos), sin posibilidades de encontrar sosiego ni redención en esta tierra. Una fábrica abandonada donde las herramientas de trabajo ya son parte de las ruinas o un ascensor donde Ventura dialoga sobre la citada revolución con un soldado de plomo en tamaño real se convierten así en metáforas elocuentes sobre el destino de tantos que por su condición material y/o política no pudieron llegar a una vida digna, sea por la imposición del autoritarismo estatal, sea por la explotación macabra del mercado de trabajo. Lo notable es que Costa articula todas estas dimensiones sin ninguna voluntad por cerrar sentidos ni bajar líneas de lecturas, más bien al contrario: la sofisticación visual y narrativa hace de “Cavalo Dinheiro” (que refiere al caballo real de Ventura) una película en perpetua expansión y reelaboración, aunque no caóticamente, en direcciones bien precisas. Será difícil que otra obra esté a su altura, aunque habrá que ver si el jurado lo entiende así.

Pero si de poesía visual para retratar fantasmas hablamos, la apuesta de Perrone en “Fávula” puede ser tan radical y estremecedora como aquella de Costa, aunque en cierto sentido parezca opuesta: como en su anterior “P3nd3jo5”, el realizador de Ituzaingó practica aquí una singular apropiación de los códigos del cine mudo para narrar esta vez una fábula abstracta sobre la trata de personas. Suerte de adaptación musical elegíaca de “Hansel y Gretel”, filmada en un blanco y negro fuertemente manipulado que se ha interpretado como un retorno moderno al primitivismo de los primeros tiempos del cine, puede decirse que el filme de Perrone sigue el derrotero incierto de una joven adoptada que es vendida por sus padres sustitutos a los mercaderes de la trata para ser rescatada luego por sus hermanastros, que ejercitarán una justa venganza. Pero la anécdota narrativa es mínima e intrascendente: lo importante aquí es la experiencia que esa conjunción de imágenes, música y sonidos puede ofrecer el espectador, que trasciende todo discurso organizado y hace del cine un arte eminentemente sensorial, donde la libertad domina la interpretación.

Perrone vuelve a conjugar elementos supuestamente opuestos: el citado primitivismo del primer cine recreado digitalmente, con un bosque como escenario construido artificialmente como una maqueta, con música contemporánea como eterna presencia cíclica, con loops, repeticiones y sonidos que se intercalan en el plano (hasta distorsiona las voces hasta volverlas inentendibles), como si fuera un gran Dj en acción interviniendo en vivo sus imágenes. “Fávula” es una obra de otro planeta –por más que puedan encontrarse referentes contemporáneos como el filipino Raya Martin–, que ofrece una experiencia hipnótica y abierta que pocas veces el cine ha conseguido plasmar con tal contundencia y pertinencia para con sus habitantes –que siguen siendo los jóvenes olvidados de siempre–, lo que confirma a Perrone como uno de los directores más singulares de nuestro tiempo, uno de los pocos que puede crear una forma de acercarse al mundo que le devuelva su misterio original, como este arte había sabido funcionar en sus ya lejanos orígenes.

Otro regreso auspicioso, aunque en la Competencia Internacional, fue el del bonaerense José Celestino Campusano que con “El Perro Molina” vuelve a ofrecer un singular tanque narrativo donde sus criaturas del conurbano encuentran formas más justas de narrar sus aconteceres, en este caso otra historia de pasiones y crímenes en el submundo de la trata de personas. A la proliferación de personajes y tramas fuertes que lo caracteriza, Campusano le agrega una progresiva sofisticación de su estética apodada “bruta”, donde el planteamiento formal comienza a mostrar delicadezas que relativizan esa nominación (que sí resulta pertinente en su alcance político, es decir la búsqueda de una forma propia y coherente con el mundo que retrata): el acceso a mayor financiación está complejizando su cine, que se muestra en continua evolución. La noticia es bienvenida porque el director sigue manteniendo la concentración y enjundia que caracteriza a sus películas, hechas de sentimientos tan primitivos y fuertes como universales, con lo que el futuro que se le presenta resulta auspicioso.

Se esperaba también el ingreso a la misma competencia del catalán Hermes Paralluelo, aquél recordado director de la película cordobesa “Yatasto” –acaso la mejor obra local de la última década–, con “No todo es vigilia”, un documental sobre sus abuelos ya ancianos y las experiencias con la decadencia física que los atraviesa, así como también de la tercer película argentina en la sección, la también prometedora “La vida de alguien”, de Ezequiel Acuña. Se viven buenos días en Mar del Plata, y el cine tiene mucho que ver en eso.

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