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Colaboración: Infierno sin asfaltar para palestinos

Agnès Merlet
Por Sergio Berrocal

Es una especie de ciudad, algo parecido a lo que puede ser un infierno de cemento poco armado, calles sin asfaltar y treinta mil personas que ya no conocen ni la desesperación, treinta mil almas muertas que le darían repelos hasta al mismísimo Tolstoi que tanto sabía de los muertos vivos. Nadie querría vivir en Burj el-Barajneh, a las afueras de la encantadora Beirut, la que fuera el París de Oriente Medio antes de que malvados de todas las religiones, de todas las tendencias políticas y de todas las locuras que Alá ha plantado en el mundo la convirtiesen en un campo de batalla esporádico.

Ni los más pobres, ni los más miserables de los europeos, de los occidentales, querrían sentar sus posaderas en esa ciudad sin alma, con calles que no son más que un lugar de tránsito, donde apenas se ven mujeres, donde abundan los jóvenes que ya ni siquiera están desesperados.

Tal vez resignados.

Muchachos que resumen sus vidas con este proverbio que se han inventado, porque la necesidad engendra la locura creativa: “Nuestro pasado es una tragedia, nuestro presente es un calvario, y afortunadamente no tenemos futuro”.

La realizadora francesa Agnès Merlet pasó un día por allí y, como probablemente no tenía nada que hacer, decidió tomarse una semana de vacaciones en Burk el-Barajneh en nombre del canal franco-alemán ARTE.

Y filmó, y rodó, rodó, y apenas habló, y dejó que la gente de ese lugar, de esa cosas ignominiosa hablaran, se explicaran. Aunque en realidad no tienen nada que explicar. El resultado fue el austero documental “Nous refugiés palestiniens”.

A los protagonistas sólo se les escapa de los labios un deseo: largarse de este lugar y los más jóvenes piensan en qué lindo sería que una extranjera pasase por allí y se los llevara de maridos, o de criados, o de esclavos.

Lo malo es que el pueblo casi nada tiene de turístico.

Qué más da. Lo principal es salir fuera, un poco más lejos de Beirut adonde van de vez en cuando en busca del trabajo que no les dan o el que les dan es para explotarlos porque después de todo no son nadie.

Ni el dios más misericordioso que pudiese existir, y ellos ya han aprendido que no existe, que la misericordia es una palabra que los pudientes usan para darse buena conciencia, se rebajarían para ayudarles.

¡Ah!,  he olvidado decirles que el noventa por ciento de estos refugiados que la francesita persiguió con sus cámaras ya galardonadas por otros trabajos, son palestinos. Como vecinos tienen algunos sirios que consiguieron huir de la matanza diaria de su país para meterse en un agujero sin salida.

Pero, aclárate Baldomero, ¿cómo quieres que no sean almas muertas si son palestinos? Estos son los civiles que las frecuentes incursiones del ejército israelí no tuvo tiempo de matar, herir, machacar o meter en la cárcel.

Aunque más prisión que este campo de refugiados, ya me dirán ustedes.

El Líbano, niño querido del mundo árabe hasta que le hicieron entrar en la vorágine de la guerra a ratos, ha sido escogido por los maravillosos y caritativos grandes países para desembarazarse de toda la morralla que cae por esa parte del mundo.

Es angustioso mirar este documental y difícil de hacerlo sin que te seque la boca y tengas ganas de abrir las ventanas y gritar hasta que se te acabe la voz de occidental acomodado al que los efectos de la visión le pasarán dentro de un rato, cuando llegue la hora de cenar.

Las calles de este poblado que parece una versión amable del infierno que ante nos prometían a los cristianos están negra de oscuridad.

Un par de viejos coches pasan durante el rodaje y bastantes motos de aquellas que te alegraban la vida en “Vacaciones en Roma”.

Aquí te dejan sabor a petróleo escupido en las playas.

Un hombre más mayor tiene un cafetín de apenas unos centímetros cuadrados en un rincón.

No se ven clientes pero él hace funcionar la máquina de café, tal vez acordándose del anuncio estúpido de Georges Clooney.

Oiga, porque no exageremos, en este quinto mundo existe la televisión. Se ven principalmente películas egipcias pero digo yo que de vez en cuando les llegará alguna de las que Hollywood produce para alegría de los taraditos del mundo.

Me hubiese gustado estar en esa filmación para preguntar al joven que con una sonrisa de dientes bien plantados (¿tendrán dentistas en este antro de 30 000 condenados a morir de aburrimiento?) de qué viven.

Aunque sé que me habría respondido que haciendo algún que otro trabajillo, esencialmente en la construcción y de la ayuda internacional..

Porque da la impresión de que se construye mucho aquí, de que hasta tienen burbuja inmobiliaria.

Pero si se ven varias obras en un callejón, explica un lugareño sin ganas de sarcasmos, es porque hay que levantarlas sin cimientos, con lo cual, de vez en cuando, un modesto edificio se viene abajo.

Y hay que reconstruirlo. Un auténtico regalo.

A una chiquilla que trata de ocultar sus ojos negros resplandecientes de luz me habría gustado preguntarle si ha visto la película libanesa “Caramel”.

Y si como sus sexys protagonistas tiene problemas a la hora de elegir un novio, a la hora de ir a la peluquería y a la hora de casarse con una boda árabe por todo lo alto.

Preguntas de imbécil, por supuesto, porque en  Burj el-Barajneh es difícil que ocurran cosas como las de la película.

Y eso que Beirut, donde transcurre la acción, se encuentra al lado, muy cerquita, con sus piscinas de los grandes hoteles, donde las berutíes lucen bikinis que seguramente maldicen los imanes..

Para estos parias sin remisión, a los que la ayuda internacional mantiene para que no se mueran de hambre, la redención pasa por poder huir del campo de refugiados.

Pero para eso, dice uno de ellos, “la nacionalidad palestina no sirve de nada”.

Enterrados vivos, espero que no recuerden qué sucedió a mediados de septiembre de 1982 en  dos asentamientos parecidos a éste, los de Sabra y Chatila, en el oeste de Beirut.

Ambos pueblos fueron atacados por los llamados cristianos falangistas libaneses, ayudados por sus amigos israelíes y llevaron a cabo una matanza de palestinos que dejó entre cientos y miles de muertos, ya saben según el cristal con el que se mire.

Ariel Sharon, ilustre estadista y militar del Estado de Israel, fue, según acusaciones internacionales, el cerebro de este exterminio a puerta cerrada.

Después de todo, en Burj el-Barajneh no se vive tan mal.

Por ahora no han sido exterminados.

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