Festival de Mar del Plata: La vida múltiple en tono de comedia

por © NOTICINE.com
'Le grand soir'
Por Martín Iparraguirre

Ya en su recta final, el Festival de Mar del Plata comienza a revelar su verdadera fisonomía a través de algunas constantes que se pueden detectar en su programación, que le otorgan al encuentro cierta coherencia estética y política, una condición que debería ser indispensable pero que no todos los festivales de cine pueden ostentar. Tanto la Competencia Internacional como la Latinoamericana son espacios donde se pueden pensar las relaciones de clases en el mundo que vivimos: ya lo atestiguamos con la película brasileña "O som ao redor", de Kleber Mendoca Filho, y la mexicana "Post tenebras lux", de Carlos Raygadas, que no casualmente hacían de la incertidumbre su motor narrativo (aún con todas sus diferencias).

Pero hay otras características que hacen de esta 27 edición del encuentro costero una particularidad: la importante presencia de la comedia, un género que suele estar relegado de estos espacios de legitimación artística y cultural. Uno de  los mejores ejemplos es la película rumana "Domestic", de Adrian Sitaru, capaz de resolver uno de los dilemas centrales que conspiran contra la película de Kleber Mendoca: cómo relacionarse con su objeto de estudio.

Ocurre que "O som ao redor" tiene un claro problema: mira a sus habitantes con cierto desdén, asordinado como la propia gramática de la película, pero presente al fin. Es que resulta muy difícil narrar la intimidad de una comunidad sin juzgarla ni caer en los estereotipos o la estigmatización: Sitaru lo logra con cierta suficiencia en "Domestic", también participante de la Competencia Internacional y seria candidata al lauro mayor. Comedia ligeramente absurda, de un auténtico humanismo que la salva de estos miserabilismos, la película aborda la existencia de dos familias prototípicas en un edificio popular de Rumania cuando se acerca la Navidad.

No es que se trata de personas ejemplares, más bien al contrario: ya el cuarto plano mostrará la incapacidad de los padres de la joven Mara para hacerse cargo de sus propias decisiones (alguien ha comprado una gallina viva para cocinar, pero nadie quiere ultimarla). Lo mismo sucederá con la otra familia del caso, en la que el padre ha traído un conejo para engordar y comer en Navidad, aunque lo primero que hará es ofrecérselo a su pequeño hijo como mascota: el humor surge precisamente de esta inadecuación de los personajes con el más mínimo sentido común, que los pondrá en enredos insólitos, y se manifiesta en diálogos, preocupaciones y pensamientos delirantes. La pintura no es precisamente condescendiente con ellos, e incluso la presencia central que tienen los animales en la película es, como explicó el propio director, para identificarlos con (y distinguirlos de) sus hermanos mayores, los humanos.

Pero al mismo tiempo, Sitaru es capaz de tratar a sus personajes con un cariño inusual, y la magnífica puesta en escena tiene mucho que ver en ello: con planos medios siempre fijos, encuadrando algún espacio común de los hogares, el director somete a un verdadero tour de force a sus actores, que interpretan magníficamente escenas de 10 o 15 minutos. El resultado permite verdaderamente a los espectadores habitar el plano, una disposición formal que estimula la empatía (que no es lo mismo que identificación) con los protagonistas. Quizás el único golpe bajo esté en la muerte de uno de los personajes, que quedará en un absoluto fuera de campo, pero cuya pertinencia al cronista no le parece justificada.

También hubo buen humor de género que vino del norte, aunque no precisamente de Estados Unidos. "My awkward sexual adventure" (de la sección "Sentidos del humor"), del canadiense Sean Garrity, es una comedia romántica en estado de gracia, como no se veía por aquí hace tiempo: capaz de unir un clasicismo de hierro a las mejores transgresiones de la Nueva Comedia Americana. Como lo indica su título, el sexo está en el centro de la película.

Su protagonista es un contador pusilánime que al comienzo será abandonado por su novia, cansada de la rutina y de no encontrar ningún tipo de satisfacción sexual en su pareja. La crisis será inmediata, ya que Jordan (Jonas Chernick, un hallazgo) está enamorado de Rachel desde hace 25 años, aunque recién pudo conquistarla hace unos meses: su sometimiento es absoluto. El hombre viajará a Toronto a visitar a un amigo que es una especie de metrosexual, y allí conocerá a una striper que cual "maestra Yoda" accederá a enseñarle los secretos del sexo, para así poder reconquistar a su mujer.

Formalmente elegante, y sumamente inteligente en su construcción narrativa, "My awkward sexual adventure" ostenta una gran capacidad para manejar los tiempos del humor, y aún con los varios finales falsos que practica, nunca termina de caer en la tentación de la fórmula: es más, se diría que su espíritu transgresor (que trasciende la temática sexual) es lo que la distingue del resto de las comedias románticas que se estrenan en las multisalas. Y para completarla, el film vino acompañado de un irreverente mediometraje francés titulado "La Bifle" (que literalmente significa "El pijazo"), de Jean-Baptiste Saurel, sobre un empleado de un videoclub que debe enfrentar a una estrella porno del kung-fu que posee un pene gigantesco -casi del orden de lo mitológico-, para conquistar a la chica de sus sueños (que está enamorada del desmesurado falo de la celebridad).

Pero no todas las comedias resultaron reveladoras en Mar del Plata: "Le Grand Soir" de Benoít Delepine y Gustave Kervern (directores de "Aaltra" y "Mammuth"), fue una clara decepción para quienes la esperábamos, sobre todo por la manifiesta intención de los realizadores de reflexionar aquí sobre la crisis política y económica que vive Europa. Con sus antecedentes, se ansiaba otra cosa: "Le Grand Soir" no logra superar nunca el mero bosquejo de una situación social, de unos personajes que se vuelven más caricaturescos a medida que avanza la trama, y de una historia que hace de la irreverencia una mera pose. El refinamiento formal que ostenta la película no es correspondido por su contenido, que no logra transgredir más que la peor paquetería que se pueda imaginar: para Delepine y Kervern, la rebeldía posible en nuestros días es una suerte de desenfado adolescente pueril, que confunde nihilismo descerebrado con liberación de los yugos del capitalismo global.

Sus protagonistas son dos hermanos que semejan al agua y el aceite: Not (Benoît Poelvoorde)  es un punk anacrónico que sobrevive como puede en la explanada de un centro comercial, acompañado siempre de su pequeño perro (lo mejor de la película), mientras que Jean-Pierre (Albert Dupontel) es un ferviente creyente en el capital, hasta que se queda fuera del sistema al perder trabajo y mujer. Las circunstancias unirán a estos dos antihéroes en una incierta cruzada contra el "sistema", con un humor que pretende ser desopilante pero casi siempre se queda en la mera insinuación de sus intenciones, y una narración episódica que se va deshilachando y exhibiendo sus baches con el desarrollo mismo de la película.

Todo lo contrario ocurre con "Sleepless Night", de Jang Kun-jae, una película amable que profesa un amor infinito a sus criaturas (y que forma parte del auspicioso ciclo sobre nuevos directores coreanos). Como afirmó el programador Marcelo Alderete en su presentación, la película ya es una rareza simplemente porque registra la experiencia del amor, aunque lo hace con un ascetismo formal y narrativo elogiable. La protagoniza una pareja de treintañeros que experimenta una felicidad discreta, en la que ambos se quieren y disfrutan de su compañía, como lo demuestran las escenas de la vida cotidiana que filma Kun-jae (siempre desde una distancia justa para evitar el sentimentalismo). Pero el trabajo es un problema, ya que los salarios nunca alcanzan: ella da clases de gimnasia y él es empleado en una fábrica, donde la precarización es regla.

La primera discusión versará así sobre las horas de trabajo no remuneradas que el protagonista no se anima a reclamar en la fábrica. Y es que "Sleepless Night" es también el registro indirecto de una condición de clase: para llegar a una vida digna, los obreros deben sacrificar su tiempo existencial en la producción, ya que las condiciones laborales de la actualidad implican la sobrexplotación. Tanto, que la posibilidad de traer un hijo al mundo se convierte en un verdadero dilema existencial, por más amor que se profesen los futuros padres. Formalmente virtuosa, lo notable de la película es la capacidad de Kun-jae para relacionar las diferentes dimensiones de la vida de sus personajes sin un discurso explícito, siempre desde un acertamiento respetuoso a su intimidad, que hace de la forma una verdadera ética: "Sleepless Night" es el conjuro de toda forma de explotación cinematográfica.

Por lo demás, una película que se perfila para pelar algún premio en la Competencia Internacional es la argentina "El Impenetrable", de Daniel Incalcaterra y Fausta Quattrini, que aunque tal vez no llegue al Astor de Oro, al menos sí logra construir un testimonio elocuente del desastroso legado institucional de la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay, síntoma de un malestar Latinoamericano que sigue extendiéndose en el tiempo: el simple intento de demarcación de unas tierras heredadas por el director en el Impenetrable chaqueño se convertirá en una odisea kafkiana para Incalcaterra por una particular mezcla de poderes privados, intereses criminales o mafiosos y, detrás de todo,  los oscuros negociados del Estado dictatorial durante los años de plomo.

El padre del director compró unas 5000 hectáreas en el Impenetrable durante la dictadura de Stroessner: fue un negocio pingüe como muchos otros, pero Incalcaterra ansía donar las tierras a sus legítimos dueños, los pueblos originarios. Apenas intente llegar al lugar, descubrirá empero que su nombre le hace honor no por los frondosos bosques que debería albergar (la mayoría talas para la soja o el ganado), sino por los caminos públicos cerrados por el mayor empresario de Paraguay (Tranquilo Favero) o traficantes de todo tipo. Pero la sorpresa mayor vendrá cuando Incalcaterra descubra que existe otro propietario de sus tierras, que habían sido vendidas a varios oferentes por el propio Estado paraguayo (que, como descubrirá el director, actualmente ostenta títulos por 528 000 hectáreas, cuando el territorio del país apenas llega a las 400 mil). El director llegará al fondo de las cosas (incluso será recibido por el presidente Fernando Lugo), y su documental se convertirá en un viaje a la peor cara del atraso Latinoamericano.

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