Crítica: "Afinidades", (Des)afinaciones

'Afinidades'
'Afinidades'
Por Frank Padrón

Más de 15 años después de su encuentro histórico en "Fresa y chocolate" (histórico, ya sabemos, por más de una razón) los actores Jorge Perugorría y Vladimir Cruz se reúnen nuevamente en la pantalla grande, pero ahora lo hacen también tras la cámara, en lo que constituye la ópera prima de ambos en la dirección (en el caso del segundo, también es autor del guión). Y la nueva (co)incidencia se titula "Afinidades" (2010), una coproducción cubano-española que parte de la novela Música de cámara, de Reinaldo Montero.

Dos parejas pasan unos días en un hermoso centro turístico (la paradisíaca Laguna del Tesoro, en Matanzas); las maravillas naturales del lugar sirven de escenario a un progresivo desatarse de ciertos intercambios eróticos, mas pronto nos enteramos de que todo (o casi) estaba planificado: Néstor (Perugorría) es el director de una empresa mixta y Bruno (Cruz) un competente físico subordinado a aquel quien teme perder su puesto en próximas e inminentes racionalizaciones; la joven esposa de éste sería el precio a pagar para que ello no ocurra.

De sólo una ojeada a tal sinopsis, el lector comprobará cuán actual resulta la historia en el aquí y ahora de nuestra  sociedad, como se sabe enfrascada en un también inaplazable proceso de reajuste económico donde no pocas plazas en centros laborales serán racionalizadas y muchos de sus ocupantes pasarán a trabajar en el sector privado, algo que de hecho ya ha comenzado; sin embargo, la perspectiva del film apunta a zonas mucho más generales que lo sitúan en el terreno de la ontología, y en un espacio y un tiempo que también trascienden aquellos.

"Afinidades" mueve y muestra los resortes de la ambición, el poder, el miedo, la libertad, la felicidad y el sexo dentro de las relaciones humanas, para lo cual los encuentros y desencuentros de estas cuatro personas constituyen un oportuno microcosmos, donde esas y otras pasiones se entrecruzan y desarrollan en teoría y práctica.

Si bien el relato demora en despegar (con una primera parte acaso demasiado morosa y algo torpe), una vez que esto ocurre, el receptor se conecta con el desarrollo de los sucesos, la evolución de los personajes y sus interacciones, lo cual se mantiene hasta el final; no obstante, los intercambios verbales, abundosos y constantes, no gozan de la misma  consecución, por lo cual acaso el excesivo apego a la fuente literaria haya dañado un tanto la diégesis.

Son tantas las ironías, las agudezas, el doble (y hasta triple) sentido de casi todos y cada uno de los diálogos, que a la postre ello se torna bastante artificioso y cargante; cualquier espectador se pregunta si en unos días de vacaciones, cuatro amigos, amén de las profundas reflexiones que intercambian sobre lo humano y lo divino, también no pueden hablar por unos minutos al menos de las comidas, el clima o las características del sitio visitado: hasta la elección de los cuartos reviste un carácter traslaticio en los (no otro término cabe) combates verbales de estas personas.

No es menos cierto que muchos de estos diálogos y frases resultan motivadores, pero el exceso rodea el film de una atmósfera retoricista, e incluso, a veces, pseudopoética.

En otro orden, "Afinidades" es, como puede inferirse, una película erótica, y qué bien que nuestro cine, de antiguo tan pacato y conservador en este orden, se atreva con una obra que por demás se asume sin disimulos ni escamoteos. Sin embargo, la perspectiva hetero-normativa masculina, a la que responden tanto los autores (de la novela como del film en cuestión) les impide romper esa limitante e ir más allá: las alternancias sexuales llegan a las propias mujeres, ya sea solas o cuando se practica el encuentro grupal, sin embargo, los hombres no pasan de miradas, insinuaciones, ciertos roces pero... “hasta ahí las clases”, lo cual no deja de ser una inconsecuencia y una tremenda limitación teniendo en cuenta el espíritu de libertad y desprejuiciamiento que late, y hasta a veces se explicita, en el discurso.

La puesta en escena ha sido suficientemente cuidadosa, lo cual habla bien de los realizadores debutantes y de la mayoría de sus colaboradores: la planimetría, por ejemplo, ha logrado que la cámara focalice mediante expresivos encuadres y una diversidad de planos, los estados anímicos y situaciones particulares que van desarrollándose, y –aún con los señalados titubeos del comienzo—se va entronizando cierta atmósfera de suspense que va muy bien con las coordenadas del relato.

La fotografía de Luis Najmías Jr. no cede a la tentación del paisajismo turístico al que el escenario fílmico pudiera invitar: si bien se recrea inteligentemente en las bondades geográficas (lente abierto, iluminación matizada y precisa, angulaciones certeras) no deja de trabajar la penumbra y la gradación en los espacios cerrados, también muy importantes en el devenir dramático.

Silvio Rodríguez, como autor de la música, ha aportado unos delicados y discretos pasajes acústicos que se incorporan a la atmósfera íntima del film, sólo, como tocaba, en tanto comentarista lateral de las líneas conflictuales, ajenos por tanto a énfasis o subrayados que las hubieran entorpecido; también aparecen dos preciosas canciones (una, de su CD en voz de Omara Portuondo, quien aparece interpretándola, y otra en su propia voz, in off, que acompaña los créditos finales).

Derubín Jacome, una vez más, se luce en una dirección artística ajustada y complementaria.

Como es de imaginar, en una película con cuatro personajes, cuyo peso en el magma dramático es de pareja significación, la labor de los actores se hace  más que decisiva.

Sobre todo considerando la aludida carga verbalista que padece buena parte de los parlamentos, los histriones califican con sobresaliente. La tan elogiosa dupla de "Fresa.."-, cuyos desempeños allí nacieron ya, pudiéramos decir, legendarios, con la madurez adquirida en casi 2 décadas experimentando en los más diversos roles, Perugorría y Cruz repiten la hazaña. Jorge lleva a planos sobresalientes el cinismo el pragmatismo de su gerente, mas en un tono justo, sin exageraciones ni supérfluos acentos; Vladimir trabaja sobre todo las potencialidades de su mirada (polisémica, altamente expresiva) en su físico inescrupuloso y arribista; la española Cuca Escribano viste del necesario hedonismo su “hembra compartida” y llena el ambiente de la sensualidad y el desenfado de su personaje; la debutante Gabriela Griffith alterna momentos de vigor interpretativo con otros de cierta opacidad (más allá de los estados anímicos y la evolución de su joven y amorosa pero convencional cónyuge a principio llena de ataduras que libera para bien), aunque en términos generales convence su trabajo.

"Afinidades" no logró afinar en todo el pulso y el tiro, pero significa una experiencia notable en nuestro cine; dentro de la carrera de sus bisoños directores, un inicio que promete y que invita desde ya al seguimiento en la trayectoria de estos buenos actores que, como tantos colegas en el mundo del cine, un buen día decidieron ocupar la silla directriz.

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