Eduardo Chapero-Jackson escribe sobre "Verbo"

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Por Eduardo Chapero-Jackson *

En la expresión humana hay un mecanismo detonante, algo que carga con vida el nombre, que lanza al sujeto hacia el hacer. El verbo, una especie de logaritmo léxico que transforma y dirige la mente hacia el cuerpo, que sintetiza y moviliza dos fuerzas vitales: la palabra y la acción. Poder conquistarlas constituye el viaje de Sara, una pequeña y perdida chica del extrarradio. Para ella, descubrirlas, comprender todo lo que implican, se convierte en una cuestión de supervivencia, en una lucha provocada por una destructiva acumulación de vacíos.

Sara no es víctima de grandes traumas domésticos, no pertenece a una clase social marginal, no sufre terribles envites del destino. Su enemigo es igual de peligroso por silencioso e invisible: se esconde en el punto ciego de la inercia de la normalidad.

Una envenenada normalidad en la que Sara comienza la búsqueda de su identidad, como gran parte de su generación, en un hábitat masivo, agresivo y desarraigado, de una engañosa -por acomodada- sociedad. La educación que recibe, que no contempla la transmisión de conocimientos sobre la forma de ser persona y el enfrentarse a la vida, se suma a un entorno familiar afectivo que parte de la negación y premia a la sobreadaptación a ese vacío que Sara siente, que anhela llenar y que no puede obviar. Todo hace de ella una buscadora de un algo más, de unas respuestas que den sentido a su vida. Propulsada por una imaginación necesitada de magia e ilusión, Sara se convierte una pequeña Quijote contemporánea del extrarradio, buscando más allá de la realidad, invocando a la fábula para que la asista.

Una fábula, un cuento actual y cercano, que le pueda aportar algo de valor, de bálsamo y de referencia, por pequeña que sea. La motivación de encontrar esa historia es la que está detrás de mi deseo de hacer "Verbo". El reto de adentrarme en una zona que siento huérfana. Allí donde un nuevo mundo embotado se ha formado, donde el sentido
de fracaso y desmotivación crece como una epidemia. Parece como si también el cine actual contribuyese a ese vacío, generando un abandono situado entre dos tierras. Por un lado los adolescentes reciben un bombardeo de películas de entretenimiento, legítimo y a veces de calidad, pero que generalmente los considera personas desinteresadas o incapaces de revindicar inquietudes hacia contenidos más exigentes o complejos. Películas siempre sesgadas por un mínimo -y falso- común denominador que no hacen más que reforzar. Por otro lado, las películas que sí retratan e investigan la adolescencia de manera más profunda y enriquecedora quedan relegadas a un circuito de arte y ensayo frecuentado por un público minoritario adulto. La gran mayoría de adolescentes jamás llegan a verlas, en parte porque no hablan su lenguaje, porque no están pensadas para ellos. El resultado, a mi parecer, es una falta de encuentro entre un público en una edad muy importante y la cultura del cine. Un desencuentro más añadido a tantos otros.

"Verbo" no es una película social o de denuncia, aunque ambas cosas estén implícitas y tengan una carga muy importante. El querer crear un cuento moderno y actual no sólo implica una ubicación espacio-temporal, sino una dificultad más importante: un marco psicológico que no admite moralina, puesto que nuestra conciencia ha perdido esa inocencia, sabedora de que todo es más complejo. Es una fábula inspirada en la tradición de obras como "El Mago de Oz", "Alicia en el País de las Maravillas" o "El Viaje de Chihiro", que, sin perder de vista la realidad, se adentran en el mundo metafórico, psicológico y emocional de una persona que busca situarse en relación al mundo que la rodea. En este sentido la adolescencia es una etapa tan clave que aún pasada queda siempre latente. No importa la edad que se tenga, todos llevamos un adolescente dentro. Todos nos pasamos la vida negociando entre nuestros sueños e ideales y la realidad en la que nos encontramos. "Verbo" busca hacer vibrar esa resonancia, rescatar algo que no debemos perder nunca de esa edad. Porque entre la ingenuidad y la inocencia, y el desapego, practicidad y cinismo, hay todo un terreno a conquistar. Más aún en el momento en el que vivimos.

Esa épica humana es la materia que he querido indagar en mi primer largometraje, y quería hacerlo fuera del margen de seguridad, arriesgar buscando vías estimulantes y códigos de expresividad que precisamente están cambiando, que pueden ser cercanos al espíritu de la adolescencia pero que no están limitados a ella. La noción de la prueba del
videojuego, el potencial plástico –que no meramente espectacular- del universo digital, la poesía literaria y el lirismo en la conciencia del arte urbano, la expresividad pictórica y emocional del manga, que a su vez bebe de las antiguas artes y filosofías orientales. Y el icono de la heroína. No la del superhéroe occidental con poderes sobrenaturales, sino la de la alquimia del viaje interior, que mediante sus armas de carne y hueso, en el aquí y ahora, se ubica en la vida ante los monstruos más reales.

(*): Eduardo Chapero-Jackson, uno de los más conocidos y premiados internacionalmente de los cortometrajistas españoles, debuta en el largometraje con "Verbo", film ya mostrado en los festivales de San Sebastián y Sitges, donde tuvo una tibia acogida de la crítica, inferior a la de sus afamados cortos "A Contraluz", "Contracuerpo", "Alumbramiento" o "The End", que sumaron más de un centenar de galardones en festivales de cine, con más de 40 premios internacionales, incluyendo el Festival de Venecia o la Academia Europea del Cine.

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