Colaboración: "Conducta", esos niños malos de La Habana

'Conducta'
Por Sergio Berrocal

En 1993 Cuba conoció la verdad de un fracaso humano y social con "Fresa y chocolate", película que sacaba a relucir la grave situación de los homosexuales en Cuba, marginados y perseguidos. En 2014, Cuba conoce otra verdad menos agradable, la de un sistema social donde los niños pagan el pato de una política global que no tiene razón de ser. Es "Conducta", de Ernesto Daranas.

Es la fotografía de un grupo de niños y niñas de una escuela cubana. Tratan de entender la vida que les aguarda pero no lo consiguen demasiado. No son "Los niños del coro" ni siquiera "La guerra de los botones", dos films franceses que de una u otra forma exponían la sinrazón de las guerras que no se ven o que ya se han olvidado en un mundo de niños pobres.

Los niños que he visto en "Conducta" nada tienen que ver con aquellos querubines que a la salida de un colegio de La Habana parecían ejemplo de una nación. "Mira como cuidamos a nuestros niños", me decía mi acompañante con pestañas en los ojos. Era una postal que yo di por buena.

Los niños que he vuelto a ver un montón de años después en "Conducta" nada tienen que ver.

Después de paladear  la magnífica "Conducta", a la que yo sólo le reprocharía algunos metros de más, estoy convencido de que si la faena se la hubiesen hecho a él, ya saben engañarle como al chinito de la esquina, ese que vende patatas fritas importadas de Canarias, Víctor Hugo hubiera enrolado a todos esos niños con sus miserables.

Porque son chiquillos rebeldes, y lo que hace falta en una revolución por vieja que sea, son los rebeldes.

Son escolares, niños, menores, desesperados porque la vida no les ofrece otra solución.

Y al parecer querrían que los tomásemos únicamente por niños malos, muchachos díscolos que no entienden nada. Cuando el realizador de la película nos afirma y nos demuestra todo lo contrario.

Sólo una profesora, Carmela, la maravillosa Carmela, que ya roza o ha pasado la edad de la jubilación, quiere sacarlos de la nada.

Durante toda la película, aparece como un leit motiv, el "problema" que enfrenta a los profesores, con la presencia, probablemente harto contrarrevolucionaria, de  una estampita de la Virgen de la Caridad del Cobre que Carmela ha puesto en el tablón de anuncios.

Palpita a lo largo de toda la proyección un ambiente de intolerancia, y todo por una foto de la Virgen de la Caridad del Cobre que miles de turistas visitan a diario en su basílica sin que sean molestados.

Aparentemente, la estampita en un colegio cubano, aunque sea la de la virgen que casi todos los cubanos veneran, no puede ser tolerada.

Ni que decir tiene que Carmela, la maestra en la que todos los demás profesores ven el ejemplo de docencia, terminará en la calle. Jubilada a trompicones, aunque ella pide que la echen. Como los buenos revolucionarios.

Se va, la echan del colegio, supongo que por desviacionista cuando en realidad no es más que una mujer de firmes convicciones revolucionarias aprendidas en la lucha contra el imperialismo.

Pero deja la estampita, que sigue allí, como una pica en Flandes. Una estampita que finalmente podría representar la resistencia.

El personaje principal, un niño, Chala, 12 años, es un desgraciado y además tiene una madre drogadicta. Por si fuera poco, se dedica a criar perros para las feroces peleas que otros organizan.

Cuando al gran pontífice de aquellas salvajadas le preguntan si él cree que ese tipo de peleas es un ejemplo para un niño, el bruto contesta con un razonamiento acertado: "Peor sería (para él) una vida de perros".

El diario Juventud Rebelde ha comentado que esta película invita a reflexionar sobre el "soporte ético" de la revolución cubana, "la honestidad del hombre".

Cuando en 1993 asistí en La Habana al triunfo de la razón con "Fresa y chocolate", se extraviaron entre algunos periodistas extranjeros documentos que procedían de la oficina de Alfredo Guevara, entonces sumo hacedor del cine cubano.

Eran, parecían, porque visto lo visto ya no me fío,  auténticos documentos del Partido Comunista, que contenían reflexiones maravillosas para un futuro mejor sobre una serie de problemas que inquietaban a los cubanos.

Como el de la homosexualidad que se había plantado en las pantallas con un éxito apoteósico.

En aquel mes de diciembre de 1993 regresé a París lleno de esperanza, tras la lectura de esos documentos, a razón del éxito del film también y de comentarios que me llegaron en aquellos días que creíamos de vinos y rosas.

Veintiún años después, ni Alejandro Dumas lo hubiese calculado tan bien, el cine cubano tiene de nuevo un destello de valentía, quizá de neorrealismo tardío pero combativo. Cine de guerra que no admite réplica..

Pero veintiún años después ya no creo en los milagros en los que creí en 1993.

"Conducta" te dice claramente, con la expresividad de las imágenes, que vivir en Cuba es a veces, muchas veces, muy difícil incluso para una prima juventud que debe de dar paso a los hombres del mañana.

Porque pese a lo que diga "Granma", el diario oficial del partido comunista cubano, el mérito del realizador  Daranas no radica solamente, ni mucho menos, en "hacer un filme duro, sentimental" y "agarra pescuezo".

"Conducta" va mucho más allá. Airea esas realidades que nadie quiere sacar a la luz. Es una película valiente.

Y ya que nos vamos pal pueblo, lean estas sentencias que contenían aquellos documentos de Alfredo Guevara y que yo todavía conservo:

"... Es necesario abordar los problemas cuando éstos se plantean como tales y hacer un esfuerzo y una contribución que se traduzca en lucidez. No es posible esperar a que los prejuicios se conviertan en consignas. Hay que saber decir no a tiempo, y hay que decirlo".

Y este trozo de antología: " ... Cuando un militante revolucionario, o una organización de masas, o zonas de la opinión pública marcados por los aparatos de publicidad o divulgación, reclaman del escritor o el artista plástico, el compositor musical o del director cinematográfico, la apología al minuto de los sucesos de la actualidad nacional o internacional, las puertas del manicomio se entreabren como una amenaza no para los que esperan convertir a los artistas en 'traganickeles-ideológico-agitativos', sino para los creadores que estupefactos se inhiben o rebelan ".

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro se titula "Calle Falange Española"

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