Crítica: "Kamikaze", un problema de tono... o de actitud

Una escena de 'Kamikaze'


Por Alejandro Chacón

Hay películas que abrazan distintos géneros, divagan entre numerosos planteamientos y solo pueden ser valoradas por el espectador en función de su estado de ánimo o de aquello que tenía en mente antes de entrar en la sala. El baile entre lo pretendidamente serio y una comicidad algo forzada hace a los creadores de historias balancearse en la cuerda floja, con un alto riesgo de caer al vacío. Y es que hay dos maneras de enfrentarse a "Kamikaze", dejarse llevar y esbozar una sonrisa cómplice hacia una historia sin pretensiones o asistir a la proyección con una mueca de desaprobación porque lo que se cuenta no tiene ningún tipo de credibilidad.

Álex Pina, de sobrada experiencia en televisión, es capaz de crear escenas potentes arropado por una muy buena factura. La secuencia inicial es buena prueba de ello hasta que aparece el humor, inadecuado en ese preciso momento y que supone el primer obstáculo para aquel que se haya creído que está asistiendo a una película con cierta seriedad. Así, el mayor lastre de la cinta quizá sea la experiencia televisiva del director, que ha convertido la historia en un episodio genérico de cualquier serie española de las que pueblan el prime time, donde todos los elementos coinciden; a saber, reparto coral, un gusto por lo tradicional y un humor blanco que pueda ser disfrutado por todos por igual.

Pero la gran duda es si se puede tomar como lícito utilizar este tipo de creación cómica para contarnos la historia de un kamikaze, algo que puede ser tomado, no sin razón, como una banalización de un tipo de terrorismo que sigue planeando en el inconsciente colectivo. De esta manera, está más que claro que la propuesta va a convertirse en un melodrama donde todos los personajes van a tener su momento, lo que llega a provocar secuencias sonrojantes como la de la búsqueda en la nieve. Solo faltó cambiar la nieve por azúcar para asistir al auténtico pastel cinematográfico. Un tipo de género, el melodrama,  que enmarcado en la ingenuidad de tiempos pasados era muy agradecido pero que en pleno siglo XXI está totalmente pasado de moda. Es una pena que una propuesta tan interesante, y que podía haber dado lugar a un thriller muy potente, se haya quedado en una cinta tan descafeinada.

Sin embargo, la balanza se acerca más al equilibrio gracias al trabajo de Álex García. Su transformación en un extranjero de la Europa del Este es prácticamente perfecta, con un cuidado acento que utiliza como herramienta principal para dotar de credibilidad a su personaje, que aunque enmarcado dentro de un reparto coral, carga con el peso de toda la trama. Todos los intérpretes cumplen con sus respectivos roles, destacando al argentino Eduardo Blanco, el más divertido del film, y al veterano Hector Alterio, que a pesar de tener poco texto, sigue siendo una delicia contemplarlo en pantalla.

Si el espectador consigue aceptar las reglas de la historia y es consciente de lo que está viendo, es muy posible que lo disfrute e incluso carcajee más de una vez durante el metraje. Lástima que el tramo final pierda totalmente el rumbo, elevando el grado de inverosimilitud exponencialmente.  "Kamikaze" no se paladea pero es una película de fácil digestión si has preparado previamente tu estomago para lo que vas a catar. Si no es así es posible que sufras una indigestión, o lo que es peor, una subida de azúcar.

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