Colaboración: Cuba, azotea de la desesperación

''Regreso a Itaca''
Por Sergio Berrocal *

Psicoanálisis de toda una generación cubana en una azotea de La Habana, dice el semanario francés Télérama de la película "Regreso a Ítaca / Retour à Ithaque" (2014), del francés Laurent Cantet, ya Palma de Oro en Cannes por "Entre les murs". Bronca generacional en una azotea de La Habana donde se han reunido varios amigos cubanos, decimos nosotros, compañero. Uno de ellos es Amadeo (Nestor Jiménez), recién desembarcado de Madrid, donde se ha refugiado para escapar a las consecuencias del desencanto de una Revolución que aunque siga escribiendo con mayúscula él ya no ama.

Los otros (Isabel Santos, Jorge Perugorría, Fernando Hechevarría, Pedro Julio Díaz Ferrán) son los resignados. Vivieron, se entusiasmaron y padecieron y ahora sufren finalmente el proceso revolucionario pero no se marchan de Cuba. Cada uno cumple su penitencia, en el cielo como en la tierra. Cada cual cuenta las penurias de su vida diaria.

Las penurias del alma que no se consuelan con nada. Y no comprenden que Amadeo quiera quedarse en Cuba.

El exiliado con pasaporte español defiende su postura diciendo que quiere volver a ser el escritor que brillaba cuando creyó que había llegado el momento de poner tierra por medio.

Las frases asesinas, dolidas, al borde de la desesperación, vuelan como drones malignos entre botellas de güisqui, vino español y frijoles negros.

"Nos metieron el miedo en la sangre", dice uno.

"Me robaron el sueño de ser escritor".

"No sigo pintando porque me mataron las ganas".

La oftalmóloga (Isabel Santos) que trabaja y no vive: "Vivo de lo que me mandan mis hijos de Miami y de los regalos de los clientes. Cambiar favores te convierte en una puta".

La película sigue y no para en este tremendo y angustioso "huis clos", donde hasta se olvida la presencia de la cámara.

El regreso a esta Ítaca que es La Habana es un sufrimiento constante para el Ulises calvo. Quiere quedarse pero teme las consecuencias.

"En este país siempre hay una reunión", erupta el singular personaje de Perugorría, el único que disfruta de la vida porque trampea con las reglas.

A última hora, cuando todavía queda güisqui en la última botella aunque el hielo se haya acabado haga rato, el elegante que se come el mundo se hunde.

Sabe que la policía anda detrás de él y que podría acabar en la cárcel.

La angustia que no se pierde ni un plano se dobla del sarcasmo, la desesperación de gente que sabe, que teme, que cuando se baje de la azotea tendrá que afrontar la realidad del asfalto.

Y que saben sin comprenderlo que, de un modo u otro, van a perder la partida.

"Si a usted le robaron la vida fue porque se la dejaron robar".

A los diez minutos de este guateque en una azotea que domina la ciudad pero que no la somete, ya no importa quién dice una cosa u otra.

Chorreones de infelicidad, sarcasmo de autodefensa, llanto silencioso de las frases, desesperación que no encuentra consuelo.

"Regreso a Ítaca" es una excelente película, hecha para hurgar en las heridas, para rematar la faena de la conciencia.

No hay salvación, dicen unos y otros. Ni aquí arriba en esta cinematográfica azotea ni allá abajo donde mientras corre el raro y caro güisqui de malta sigue trajinando la verdadera vida.

La vida de los que no pueden jugar con reflexiones tan profundas, a quienes las necesidades de todos los días conducen por otros senderos que la psicoanálisis desconoce.

Es cierto que mientras en todo lo alto, en una especie de paraíso inalcanzable para el común de los cubanos, la élite hace y contesta preguntas trascendentales, ellos, los de abajo tienen que pensar en el precio de los frijoles.

Me cuentan que esta película fue desprogramada del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, aunque finalmente se proyectó estos días en La Habana.

Enorme, estúpido error cometido por los organizadores del festival.

Esta película es vital para que los cubanos, hoy en vísperas de una nueva era prometida por Washington, saquen sus propias conclusiones.

"Regreso a Ítaca" me recuerda a la locura que cundió en medios oficialistas cuando en 1993 se impuso la proyección y el posterior triunfo por todo lo alto en el Festival de La Habana de "Fresa y chocolate".

Hubo, dentro y fuera del gobierno, quienes echaron espumarajos por la boca en una Cuba celosamente amordazada por los guardianes de la Revolución.

Pero los maricones pudieron contra todos los prejuicios de los viejos tenores del Partido Comunista Cubano, que aunque estaban ya cerca de la tumba seguían defendiendo su territorio.

Veintidós años después se recurre a la censura para callar la boca al cubano que regresa a Ítaca.

Error, terrible error de los que no entendieron nunca que el tiempo pasa y las cosas cambian.

Alfredo Guevara, que siempre llevaba la Revolución por bandera, defendió con uñas y dientes "Fresa y chocolate".

Es más, fue el autor intelectual de esta magnífica película, con la ayuda, me contó él, de Fidel Castro, entonces Jefe de Estado.

Estoy seguro de que de seguir vivo habría aplaudido a la infernal reunión de la azotea, a la que ha tenido que dar forma un francés.

(*): Sergio Berrocal es Periodista y Crítico de Cine. Acaba de lanzar su nuevo libro, "Mujeres en Technicolor".

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